Tocar para creer

08/03/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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Cuentan del apóstol Tomás, que de primer nombre también se llamaba Judas pero lo evitan bastante en sus biografías, que cuando le dijeron que el maestro había resucitado él quiso pruebas:«Si no veo en sus manos (las de Cristo) la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré». Yañaden que Jesús se lo recriminó, que tuviera que ver para creer.

¡Qué tiempos aquellos en los que parecía suficiente que te contaran algo para creerlo! y que te recriminaran que no lo hicieras. Tiempos que llegaron hasta no hace mucho, cuando en las ferias de nuestros pueblos las gentes se daban la mano, tomaban juntos la conrobla en la tasca del lugar y no había contrato más firme y serio.

Pero alguien inventó la letra pequeña, que no existía en el apretón de manos, y lo que creías no es verdad, la extensa letra pequeña lo desmiente, nada es lo que parece, nunca cobras lo que ponía en letras grandes y en negrita, siempre pagas más de la cifra que ves sobresalir sobre el resto de las letras del farragoso contrato. Se hace imprescindible ver para creer, a nadie le extraña que exijas que te enseñen las marcas de los clavos y las llagas de las manos, a ver si hay letra pequeña en el INRI.

Por eso tampoco extraña que desde la más tierna infancia el chaval quiera comprobar que ‘aquello de la pared’ está desenchufado, que no va a acercarse confiado y le suelta un calambrazo de alto voltaje.

Tiene suerte de que quien lo dice, quien explica que aquello está desenchufado, es un paisano de los de fiar, Sebas Román, de los que todavía te dan la mano, aprietan, toman la conrobla en la tasca y ya todo está cerrado.

Pasa a verlo, está en la Sala Provincia, llevarás una grata sorpresa y ningún calambrazo, ni mucho menos.
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