¿Quién dejó caer el palomar?

Cuando caes en desgracia... ríndete, se volverán los pájaros contra las escopetas y aquellos que ayer escribían poemas y cantaban o dibujaban la belleza de las palomas –de Alberti a Picasso o Víctor Manuel– han sido silenciados o borrados y se abre la veda de la persecución.

Ya no se repite como imagen de los parques a algún anciano solitario, un pobre o una pareja de novios rodeados de palomas que han acudido a la llamada de unas migas de pan, unos granos de trigo o unas palomitas compradas en el quiosco de las chuches antes de que les subieran el IVA. La estampa está prohibida, el peso de la ley amenaza el romanticismo de las palomas en los parques con fuertes multas para quienes les den cobijo y comida.

Primero dejamos caer los palomares, sus casas, las expulsamos a los vertederos y a viajar errantes de árbol en árbol... pero nos molestan sus excrementos, y las unimos en los odios a las bandadas de estorninos para culparles juntos de la suciedad, el olor y los bancos pintados de texturas odiosas.

Ya lo decía aquel presidente de Junta Vecinal que abandonaba el cargo en verano y regresaba en otoño: «En cuanto llega uno que dice que el pueblo huele a abono se acabó la razón y la convivencia».

Pero no busques culpas en quien dejó caer los palomares.