05/02/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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El pasado viernes visitó León el periodista y escritor José María Zavala, con el fin de pronunciar una conferencia en la Parroquia de los Capuchinos cuya afluencia de público contrasta con su escasa repercusión en los medios locales.

José María Zavala es conocido últimamente por su condición de colaborador del Cuarto Milenio de Iker Jiménez, somos así de televisivos, pero lo cierto es que tiene a sus espaldas más de una treintena de libros, en su mayoría de investigación histórica, y en ellos ha diseccionado como pocos la historia reciente de España. Su trilogía sobre la Guerra Civil fue prologada por Stanley Payne, y quizá se trate del investigador que más haya escrito sobre las luces y las sombras de la dinastía borbónica. En su carrera como periodista ha ocupado puestos relevantes en la redacción de los diarios El Mundo y Expansión, y de la revista Capital, entre otros.

A sus 54 años y con ese currículum a sus espaldas, José María Zavala cuenta con un amplio repertorio de temas histórico-políticos sobre los que podría dar conferencias lucrativas, pero no eligió ninguno de ellos, ni siquiera las páginas secretas de la Historia a las que ha dedicado su último libro, tampoco cobró por su charla. Vino a escandalizar gratuitamente. Vino a dar el testimonio de su conversión a una fe católica plena y comprometida, que en su caso se produjo en la preparación de un libro sobre el Padre Pío de Pietrelcina.

El historiador busca diferentes fuentes, recopila datos, los contrasta, los procesa y saca conclusiones, a eso ha dedicado Zavala su vida profesional; pero el testigo se limita a dar su experiencia personal, y eso es lo que hizo Zavala el pasado viernes, contar en público un milagro vivido en carne propia, que no le hizo santo, ni quizá tampoco mejor persona, pero que sí le hizo sentirse profundamente querido y le dio un sentido a su vida que el éxito profesional, económico o sentimental no le había proporcionado. ¿Quién está más cerca de la verdad, el historiador o el testigo? «¿Qué es la verdad?» le preguntó Pilatos a Jesús en el interrogatorio del proceso que le llevó a la cruz.

Estuve allí, y escuché cómo Zavala, superando miedos y complejos, trataba de contagiar una felicidad que entendía regalada, y no pude evitar recordar aquella reflexión de Chesterton: creo en los milagros no porque tenga fe, sino porque he visto uno; usted no cree en ellos solamente porque tiene una teoría para refutarlo. Yo vi, usted sólo cree que puede explicarlo.
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