22/11/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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No a la guerra, viva la música. Era la proclama que acompañaba al dibujo que un alma cándida colgó esta semana en un popular foro de Facebook leonés, en la que podía verse un avión bombardeando alegremente guitarras eléctricas sobre la población.

Para los amantes de la música resulta bastante perturbador imaginar el lanzamiento indiscriminado de guitarras desde el aire, pero para los amantes de la libertad es una imagen desoladora, porque pone de manifiesto que más allá de las esperadas salidas de pata de banco de algunos políticos, más allá de las algaradas pacifisto-electoralistas de los partidos de siempre, más allá de las ganas de llamar la atención de Willy Toledo, una parte de la opinión pública vive tan amodorrada en este remedo de democracia del bienestar que hemos creado, que ni las bombas, ni las ráfagas de kalashnikov con las que nos matan de cien en cien, es capaz de despertarla.

Así que tenemos al fundamentalismo musulmán radical metido hasta la cocina en nuestras sociedades, muriendo y matando en nuestras calles por el califato universal, y nos planteamos el debate entre libertad o seguridad, que no es ni más ni menos que el debate entre comodidad o seguridad. Porque a la encantadora muchacha del «no a la guerra, viva la música» no le preocupa gran cosa su libertad cuando los políticos designan a dedo a los jueces, cuando desde una administración pública se amaña una oposición o se adjudica un contrato público a cambio de favores de diversa índole, o cuando desde el poder se interviene un medio de comunicación, es decir, cuando su libertad se pisotea alegremente cada día; sin embargo, se rasgará las vestiduras si en mitad de una amenaza terrorista como la que vivimos ve una patrulla de la Policía Militar, o si un control de la Guardia Civil detiene su coche, o si pierde media hora en el aeropuerto antes de coger el avión para irse de Erasmus.

Supongo que nadie se lo habrá dicho en el instituto por no impresionarla, pero convendría que supiera, por ejemplo, que la última vez que alguien intentó imponer una suerte de califato universal, desde Alemania en aquella ocasión, las democracias liberales sobrevivieron gracias a que los americanos vinieron a derramar su sangre, y sobre todo la sangre del enemigo, a lo largo y ancho de toda Europa. Si en lugar de ello se hubieran defendido cantando y blandiendo guitarras, la encantadora muchacha del «no a la guerra, viva la música» cantaría ahora, brazo en alto, los albores del Reich de los mil años.
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