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Villar de los mundos

25/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Nicolás de la Carrera es uno de los bercianos más románticos que se conocen. De vida y obra, de sueños y proyectos. Nacido, creo, en Madrid, sus ancestros son bercianos, y berciano es. Dueña su familia de un enorme caserón situado en la plaza del Villar de los Barrios. Decir el nombre de ese pueblo, también de sus vecinos Lombillo y Salas es tocar la médula de un bercianismo profundo. Agrario y aristocrático a un tiempo.

Nicolás es un aventurero y vivió mucho tiempo en Dakar; luego se vino al Bierzo con su mujer africana y sus hijos; aquí forman ya parte del corazón de la vida cultural de la comarca, sin olvidar sus vínculos con Madrid. Hace años Nicolás promovió un festival rural, algo novedoso en las tierras leonesas, y cada agosto ha sido capaz de levantarlo sin apenas ayudas y con un entusiasmo admirable. Este año, además, y eso honra a la nueva corporación ponferradina, tiene el bien justificado apoyo del ayuntamiento. Porque organizar festivales de la música, la palabra, el arte, la aventura, la noche, la luna y el sol en lugares pequeños, es no solo meritorio sino imprescindible. Es un hermoso ejemplo de convivencia, de enriquecimiento cultural y de apertura al mundo. Porque Nicolás, claro, es un hombre universalista. Tanto como arraigado en esa casa familiar que yo pude conocer un día de su mano, y que me fascinó. Porque en ella están vivas muchas épocas; es un particular ‘Villar de los Mundos’ de su sangre. De su familia. Casa tan grande como sencilla, inundada de tiempo.

Hoy termina el festival que aúna a los tres pueblos que componen los Barrios. Tres lugares en los que nacieron, entre tantas otras, tres personas muy relevantes: en Lombillo el académico de la lengua y sabio filólogo que fue don Valentín García Yebra; en Salas nada menos que el más valiente y bravo maquis de los que lucharon contra el régimen de Franco, Manuel Girón Bazán, y en Villar aquel personaje sensacional que fue don Adelino Yebra, que situó en su gran casa del Villar un museo entre maravilloso y estrafalario, que estuvo abierto más de treinta años. Un museo donde la pieza principal, el tesoro máximo, era el propio don Adelino: escuchar cómo contaba cada pieza exhibida, y cómo la había logrado llevar allí.

Villar, Salas, Lombillo… Un modo propio y tan pequeño. Como también lo es Molinaseca o la alta Valdueza; cada uno tiene su toque. Cada uno regala su encanto y su misterio distinto. Y ‘Villar de los Mundos’, además, lo nombra de un modo nuevo, nos reclama.
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