18/04/2015
 Actualizado a 12/09/2019
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Lavandería Mariano: lavamos su dinero a máquina y a mano’. Rodrigo leyó una vez más el cartel luminoso y suspiró de satisfacción. Cómo le gustaba ver sobre el mostrador los billetes, tan relucientes y bien planchados. Era el único trabajo doméstico que hacía personalmente, en vez de encargárselo al mayordomo, sobre todo porque después de recoger la colada se daba un garbeo por los bares de Villa Mariano.

Esto sí que son bares de categoría, se dijo Rodrigo. Había llegado en el mejor momento, aunque en realidad no había ninguno malo. Sólo había dos posibilidades: la hora feliz o barra libre. La verdad, era una gozada vivir en la urbanización. En realidad nadie sabía muy bien qué había fuera de sus muros. Pocos habían salido y los que lo habían hecho, regresaron enseguida. Además, todos sus amigos estaban allí.

El primer bar era su favorito: Bankia. Tocaba la campanita y el barman acudía.
-Un carajillo -pidió, sacando la tarjeta Black, aunque sabía que no era necesario.
-Hay barra libre -recordó el camarero.
-Es verdad -dijo. Pero le había gustado ver en sus ojos aquel brillo entre el deseo y el odio. El camarero, como todos los que servían en Villa Mariano, vivía fuera.

Los otros bares: Caja España, CAM, Penedés, no estaban mal, pero éste era su favorito, sobre todo por los malos ratos que le hacía pasar al camarero.

Ya era tarde, aunque Rodrigo seguía custodiando la barra. La puerta estaba cerrada, pero alguien llamó al otro lado.

-¿Quién sería?
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