18/03/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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El fútbol es una metáfora del mundo (o una metonimia, según), como podrían serlo el vóley o la petanca. Pero de tanto estirarla a menudo no da suficientemente de sí, pese a que haya partido todos los días. Así se explica que para llenar huecos debamos recurrir a los cotilleos de vestuario o la relajada privacidad de los jugadores, tal como si importasen o formaran parte del juego. La existencia del Marca o el As, con ejemplares intercambiables válidos para cualquier semana, verifica esa insuficiencia y la necesidad de prótesis.

Tal sistema se ha desplazado a asuntos de mayor enjundia. La política, por ejemplo. Nos pasamos el rato leyendo acerca de «movimientos precongresuales» (que suena a digestión pesada y muy intestinal), deshojaduras de margaritas, postulaciones de candidatos, rifirrafes y disputas de colegio, quítate-tú-que-salgo-yo. Chismes de vestuario. Supimos de Vistalegre como si se tratara de la final de la champions cuando era un entrenamiento con público, y ahora la larga marcha del PSOE parece la interminable selección de un entrenador de postín durante la pausa veraniega. Después viene el silencio. No retransmiten el encuentro. Nada sobre políticas, sobre qué hacen, por qué, para qué, para quién. Cosas que tampoco parecen importar a los periódicos, redactados para que los lean quienes aparecen en ellos y sus hooligans.

La elección de un Silvañueco al mando del Partido Púnico y Único de esta nuestra comunidad puebla de publirreportajes la prensa, tan sufragados como excusables. Para sonrojo propio y extraño, ojeamos esas vacuidades como las informaciones que preceden al fútbol: nada revelan. Y mientras unos y otros ‘apuestan’ como en las casas de juego deportivo, el partido no lo dan en abierto. Tendremos que enterarnos por los comentarios posteriores: lamentos, tópicos, banalidad. Mientras nos enseñan el vestuario por la mirilla, tengo la impresión de que el verdadero juego se nos escapa. No vemos lo que, en efecto, nos concierne.
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