Angel Suárez 2024

Una mala experiencia

17/05/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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La política local debería ser la política ciudadana por excelencia. Lejos de las grandes decisiones gubernamentales, de los tradicionales debates ideológicos y del diseño económico y fiscal del Estado, lo que se ventila en unas elecciones locales es quién queremos que decida qué calles asfaltar, cómo ayudar al comercio local, dónde se necesita un parque, una papelera o más iluminación nocturna, cómo se organiza el deporte infantil o las fiestas patronales. Por ello, la participación ciudadana en la política local no puede ser un objetivo o una propuesta, sino un presupuesto de hecho inevitable, porque se trata de decisiones que es imposible adoptar a espaldas de los ciudadanos. La política local es, por esencia, tan ciudadana que apenas es política.

Sin embargo, el PP y el PSOE, con la inestimable ayuda de diversos partidillos localistas, convirtieron la política local en un mero apéndice de la estrategia de sus aparatos nacionales y autonómicos, exclusivamente orientada al crecimiento y aseguramiento de sus enormes y corruptísimas estructuras de poder. Dejó de ser política ciudadana y se convirtió en la del saqueo de las cajas de ahorros, en la del gran urbanismo mientras el urbanismo era El Dorado de la corrupción, en la de la contratación pública de ingentes presupuestos –y generosas comisiones– para proyectos de dudosa utilidad. Y en nada de ello pintaban nada los ciudadanos, hasta el punto de que apenas existen ya en la práctica las Juntas Locales de los partidos.

Como reacción, los ciudadanos ya no votan en las elecciones locales como si eligieran a sus alcaldes y concejales, sino que las utilizan para dar en cabeza ajena el palo que les gustaría propinar a los líderes de los grandes partidos, como le sucedió a Zapatero en 2011. Y al menos en esta ocasión la reacción de las urnas sí que es sabia, porque para que la política local vuelva a ocupar el espacio que le corresponde es necesario que el PP y el PSOE, totalmente ciegos y sordos a sus bases sociales, reciban el único mensaje para el que sí tienen oídos: el de la pérdida de poder.

Tratar de aferrarlo con el mensaje del miedo a la inexperiencia de los nuevos partidos es especialmente absurdo en el ámbito local. Con las Cajas quebradas y bancarizadas, la promoción urbanística congelada, sin presupuesto para macroproyectos inútiles (Palacio de Congresos aparte), y con la Diputación convertida en una fortaleza mafiosa, lo que necesita nuestra política local es, precisamente, gente libre de la penosa experiencia de tiempos pasados.
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