08/02/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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Una de las primeras cosas que estudiábamos en Bachillerato eran los sofismas, ese invento griego, de cuando Grecia no salía en los informativos, sino que los telediarios los hacían allí en directo don Alejandro Magno y don Pericles. ¡Debemos tanto a Grecia, Europa entera debe tanto a Grecia, que aunque les condonáramos la deuda actual hasta setenta veces siete, seguiríamos estando en deuda con la tierra que nos enseñó a pensar! Aún más: así como por el ADN hispánico corre la sangre mora regada y fecundada durante ocho siglos, el ADN de Europa es intrínsecamente heleno: no hay que recordar a la ninfa Europa, seducida por Zeus, para concluir que españoles, alemanes, franceses, europeos de los cuatro puntos cardinales somos, antes que ninguna otra cosa, griegos.

En el inventario de deudas pendientes (a favor de Grecia: la mitología, la filosofía, la lógica, la historia, la democracia, la escultura, el yogur griego…) constan los sofismas o falacias: un argumento falso que se pretende hacer pasar por verdadero; y de entre los sofismas, la generalización: «Los griegos deben a la banca europea 300.000 millones» (son diez millones y poco de griegos: tocan a 30.000€ cada uno).

¿Deben todos los griegos por igual? Las nuevas generaciones, los jóvenes y recién nacidos, ¿también deben lo mismo? ¿Debe igual el pobre de solemnidad que sobrevive en la miseria y el amigo de Samarás que se lo llevó crudo a un paraíso fiscal, o el armador con domicilio en Londres que especula, miente en las cuentas y se va de rositas? ¿Tienen igual responsabilidad en el desastre griego los gobiernos corruptos de Karamanlis, Papandreu y Samarás (veinte años sucesivos al mando: deberían ser juzgado por desfalco ante el Tribunal de la Haya) que los de Syriza, que llevan una semana? El campesino que era pobre en 1980, y que sigue siendo pobre hoy, no falseó las cuentas ni se fundió esos 300.000 millones que deben estar en alguna parte. El dinero, igual que la energía, ni se crea ni se destruye, solo cambia de manos: casi siempre se evapora de los bolsillos humildes y se acumula en los poderosos. La brecha de la desigualdad crece en el mundo: los ricos cada vez son más ricos y los pobres más pobres. Y esto no es un sofisma.
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