12/12/2014
 Actualizado a 27/11/2023
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Ante el retrato de la familia de Felipe IV, conocido como Las Meninas, Téophile Gautier hizo la pregunta clave: ¿dónde está el cuadro? Tal es la enmarañada tramoya de la representación velazqueña y su carácter de obra extrema de la simulación barroca, tal fue su homenaje a la condición intangible de los monarcas. Ante el lienzo de Antonio López cabe preguntarse ¿dónde está la familia real? ¿Dónde estriba su realeza y se revela ante nosotros?
En la de Carlos IV, Goya abarrotó el cuadro con destellos de ropajes y condecoraciones, con personajes que asisten impávidos y algo perplejos a una suerte de disolución por saturación, como si su categoría viniese otorgada por el efusivo rebosamiento de esa mera presencia. Era el final. En el lienzo de López no hallamos poses ceremoniales ni distinciones de indumentaria o símbolos del poder: podría ser el retrato de cualquier otra familia (oligárquica), trajeada, posando para la ocasión.
La naturaleza del despojamiento de la familia de Juan Carlos I se antoja la clave del cuadro, y de ahí, quizás, la elección de López como ‘pintor de cámara’, pues éste suele construir sus cuadros más notorios en torno a un espacio vaciado en el que objetos y sombras son convocados a enfatizar esa renuncia. Un detenimiento mudo, que aspira a una eternidad inadmisible, consume edificios y cosas en su desnuda evidencia. Así los reyes, pues pareciera que contemplamos la dilación fortuita de los habitantes de ese éter que les rodea, un limbo en que la monarquía se convierte en unos individuos de paso, requeridos para ser retratados y, después, dejar sitio de nuevo a la nada. En el cuadro, además, ese vaciamiento se acentúa por el tiempo transcurrido: veinte años en los que la institución ha venido ahuecándose a golpe de futilidad y escándalo hasta convertirse en un paradigma en negativo del propio país. De ahí que el entonces príncipe, ahora rey Felipe, intente salirse del marco, apartarse de ese destino. Sin lograrlo, por supuesto.

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