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País para viejos

28/08/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Entre hoy y el domingo que viene partirán de los pueblos españoles el ochenta por cien de sus vecinos veraniegos, ésos que durante unas semanas han revivido la sensación de que los pueblos no son geriátricos como uno ve cuando los visita el resto del año. En la provincia de León, como en otras de la meseta interior, la desbandada llega en ocasiones a ser completa, dejando aldeas enteras vacías. Es el destino que les espera a la mayoría de ellas si alguien no lo remedia pronto y de momento no parece que a quien podría hacerlo le interese el tema. Según datos de la Unión Europea, en España, un país eminentemente rural hasta el siglo XX, sólo el 20 por cien de la población vive ya en el campo. En Castilla y León, la comunidad más envejecida de toda Europa, que es casi como decir del mundo, el fenómeno es tan alarmante que, a poco que siga así, acabará convertida en un desierto poblacional, como ya ocurre en algunas de sus provincias.

La de León, que fue la más poblada de la comunidad hasta hace poco, el descenso ha sido tan vertiginoso que hasta la capital pierde población, lo que es la prueba más evidente de su declive. La pérdida de población no sería tan grave si el sector de ésta que más la sufre no fuera el de los más jóvenes, que desde hace años emigran fuera de ella en una proporción que debería haber obligado a tomar medidas a las autoridades políticas hace ya tiempo. Despoblación del medio rural unida a su envejecimiento dibujan un futuro para toda la provincia más negro que el de su minería por más que el vino y el embutido curado al humo continúen haciendo creer a algunos leoneses que viven en un lugar envidiable. Lo sería si, aparte del vino y el embutido, de sus maravillosos paisajes y su aire puro, hubiera gente para disfrutarlos y para darle vida a una tierra que, hoy por hoy, agoniza convertida en un geriátrico. ‘País para viejos’ debería anunciarse en las campañas de propaganda turística de las instituciones en lugar de esas falacias que nos venden como que ‘Castilla y León es vida’ (en todo caso sería ‘son’) o ‘León, cuna del Parlamentarismo’. Cuna de historia quizá lo fuera, pero hoy León es la tumba de la ilusión de sus pobladores, especialmente de los más jóvenes, cuyo mayor deseo, salvo excepciones, es huir de un lugar envejecido y sin futuro en el que lo que les espera, de permanecer en él, es envejecer también y hacerlo prematuramente al contacto con una población mayor que ya perdió hace mucho la ilusión y la esperanza porque el futuro de su provincia cambiase viendo cómo su hijos tenían que abandonarla por falta de un futuro en ella y que son esos veraneantes que ahora regresan por unos días en vacaciones para vivir la falsa ilusión de que la vida ha vuelto a unos pueblos que, cuando ellos se vayan, se convertirán de nuevo en geriátricos o, peor, en decorados fantasmas en los que el silencio suena y por los que el olvido pasa dejando una larga estela de desconsuelo.

Eso sí, en León se vive muy bien seguirán diciendo algunos, esos para los que la vida consiste en envejecer tomando vino y comiendo morcilla ahumada mientras esperan a que Godot llegue como los personajes de la obra de Beckett.
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