19/03/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Hubiera sido una buena noticia que el PP regional, y probablemente la Junta, hubieran tenido un presidente leonés. Otra oportunidad perdida para una provincia cada vez más necesitada de ellas, de la que el candidato sale con dignidad, pero que ha puesto de manifiesto las vergüenzas del PP local posterior al carrasquismo, único responsable del desaguisado.

Es un hecho que entre aquel PP leonés que antaño presidiera José María Suárez y el actual hay un descenso de varios grados en la escala evolutiva, resultado de una deriva consistente, por un lado, en privar al partido de todo fundamento ideológico, por otro, en centrifugar al mejor capital humano a cambio de atraer al personal más bizcochable, cuyo pensamiento político no vaya nunca más allá del hueco en alguna lista o del enganche a algún carguín. Se trata de una tendencia generalizada en el PP de Rajoy, pero aquí la cercanía con los unos y los otros hace que dé más pena.

Ahora hemos sabido que de los casi 13.000 afiliados con los que el PP decía contar en la provincia, apenas 1.000 se encontraban al corriente de pago de sus cuotas, ese es el grado de compromiso y de responsabilidad de la tropa, que no por morosa pensaba que pudiera quedarse sin votar.

Ahora hemos sabido que el presidente del partido en León no tenía ni idea de si alguien pagaba o no, y carecía de una lista fiable de afiliados con derecho al voto apenas días antes de este proceso electoral, como si la noticia de que Herrera iba a abrir su sucesión y Silván iba a optar a ella le hubiera pillado de sorpresa. Ese es el grado de compromiso y de responsabilidad de la cabeza del partido en León.

En fin, que el ejército de Pancho Villa era un modelo de organización al lado de este contubernio en que se ha convertido el PP de León, y eso no sólo es una mala noticia para sus votantes y simpatizantes, téngase en cuenta que carecemos de pruebas científicas de que en este momento existan en León otros partidos al margen de él.

No estaría mal un mea culpa, alguna asunción de responsabilidades o un intento, o escenificación al menos, de limpieza y renovación. Siendo ello poco probable, conformémonos con que la pifia no sea coronada con el victimismo estéril que hemos convertido en santo y seña de lo leonés desde hace 30 años. Silván, al menos, se ha esforzado por perder con elegancia, pero no ha faltado quien ha escudado su responsabilidad tras el «agravio territorial», como si no tuviéramos años por delante para culpar de todos nuestros males a la Pucela de Mañueco.
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