Mujeres en el camino III

Ceremonia repetida. Es el cuarto año en el que al llegar a Molinaseca visitamos ‘Casa Marcos’. El motivo es doble, por un lado disfrutar de un fermentado de tostada cebada a muy baja temperatura, y por otro abrazar una vez más a esa mujer de sonrisa perenne, de la que desconozco su nombre, pero que siempre acompañará mis recuerdos jacobeos. Nos espera, sabe de nosotros, también ignora nuestros nombres, pero conoce sobradamente nuestros motivos. Ensalza nuestros esfuerzos y tiende a minusvalorar los suyos, que son muchos. No sé si el cáncer le pegó un zarpazo, a ella misma o a alguien de su entorno más próximo, pero lo cierto es que se siente concernida. En la puerta de su casa, en la calle Real, por la que pronto correrá el agua con motivos festivos, nos reunimos todos para recibir, junto con ella, a los compañeros que llegan corriendo y a los que tomarán su relevo para seguir el camino compostelano de esperanza. Con ella disfrutamos del placer de la charla reposada, del abrazo sentido, de la estima de quienes se saben partícipes de un mismo sueño. Sé que volveremos, yo o quién quiera que siga participando en nuestra lucha anual, entraremos de nuevo en su casa y ella estará serenamente esperando para saludar a esos locos que cada año la visitan para saber de ella y gozar, como siempre, de su agasajo y patrocinio. Cuando llegamos a su pueblo estamos ya en la parte final hacia nuestro destino geográfico, el cansancio acumulado por los días de tránsito se notan en nuestros rostros y en nuestras piernas, pero de allí salimos mucho mejor de lo que hemos llegado. Sus abrazos llenan nuestra mochila con las fuerzas necesarias para seguir trotando porque sabemos que, como ella, hay otras mujeres en el camino que dan vida y sentido a la lucha cotidiana contra el desánimo. Ella es una más entre esas imprescindibles que nos esperan en el camino para apoyar nuestra lucha que es su lucha. En el camino nos encontraremos, sin rendirnos, sabiendo por qué. ¡Hasta la victoria siempre!