Los transterrados

La promoción de mi última novela me está procurando el encuentro con numerosos leoneses a los que lo que relata ésta: el destierro provocado por los pantanos del siglo XX, ha dispersado por toda España. En Sevilla o en La Coruña, como la semana próxima me sucederá en Bilbao o la siguiente en Asturias, al acabar la presentación se me han acercado personas para confesarme que lo que yo cuento en mi novela lo viven ellos en la realidad. A diferencia de los emigrantes normales, quiero decir, los leoneses dispersos por todos los sitios por circunstancias coyunturales y menos dramáticas (matrimonios, trabajo, búsqueda de un mejor clima, etc.), los transterrados por los pantanos, que en León han sido millares, manifiestan unos sentimientos bastante contradictorios respecto a la provincia que los vio nacer. Mientras que los emigrantes de tipo económico o familiar se refieren a León como la pequeña patria que añoran y a la que vuelven siempre que pueden salvo excepciones, los transterrados por los embalses, sin dejar de añorar su tierra, hablan de ella con melancolía, incluso con el reproche de quien se siente expulsado de ella y no solo por el desarraigo físico. Muchos confiesan que su peor destierro es el espiritual.

En ningún lugar he oído esas confesiones, no obstante, como en los pueblos de colonización a los que fueron a parar y en los que aún viven vecinos de los valles sumergidos de León, lugares como Cascón de la Nava, en Palencia, o Foncastín, en Valladolid, y en los que, aparte de una nueva agricultura y una cultura distinta, tuvieron que aprender a mirar, pues el paisaje nada tiene que ver con el de sus montañas. Y la mayoría coinciden en que lo que más les duele es la indiferencia de sus paisanos leoneses para con ellos cuando regresan a la provincia, incluso la crueldad con que algunos los reciben, tratándolos como a forasteros, a ellos, que tienen todos colgados en sus cocinas las fotografías de sus aldeas de origen y en la mesa el periódico de León, al que están suscritos.