03/05/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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Vayan a ver ‘La familia Bélier’, de Eric Lartigau. Vayan en familia: los padres con sus madres y las abuelas con sus nietos, las adolescentes con sus neuras y los novios inmaduros con las suyas. Lleven las gafas de reír, las palomitas de sentir y los brazos de abrazarse como se abrazan los Bélier en la escena final, comiéndose a besos.

Es el mejor regalo para el Día de la Madre, sin necesidad de bailarle la conga al Cortinglés. Si hacen caso, tampoco necesitarán colonia: la película huele a lo que olían nuestros abuelos y abuelas, a hierba fresca, abono de vaca y a la cuadra en la que nace un ternero negro al que bautizan Obama.

Los Bélier son granjeros y sordomudos, excepto la hija adolescente, Paula [Louane Emera, extraordinaria actriz]. Ordeñan vacas, hacen quesos, crían terneros, son felices como conejos: se entienden con signos, hacen de su sordera una ventaja. Primera reflexión: ser sordomudo para ellos no es una discapacidad, ‘oyen’ su propio mundo. Hay una escena bellísima, cine en estado puro, cuando Paula canta en el coro del colegio y sus padres ‘escuchan’ su cara y sus manos.

Segunda reflexión: el nido tiene fecha de caducidad. Ya le pasó a Jesús cuando se fugó de casa con doce años y sus padres estuvieron tres días angustiados, hasta que apareció en el templo:

–Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? –le riñe María– [Lucas, 2,41-50].

Jesús y Paula, como mi generación hace cuarenta años, como ahora mis hijas Sandra y Alicia, son la flecha que está en el arco y, en expresión de Ferlosio, «cuando la flecha está en el arco, tiene que partir». El arquero ha de saber entonces que ya nunca más podrá modificar su trayectoria [Khalil Gibrán, El profeta]:

–Vuestros hijos no son hijos vuestros. Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Están con vosotros, pero no os pertenecen. Sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.

Tal es la historia de la familia Bélier cuando Paula abandona la jaula en que se ha convertido el nido y empieza a volar sola. Hace falta todo el amor y la generosidad de los Bélier con su hija para acompañar con la mirada la flecha que vuela libre.
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