19/06/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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Mucho se ha comentado y escrito sobre lo que los cuatro galanes de la comedia electoral debatieron en la televisión esta semana, pero apenas se ha hablado de lo que no debatieron, de las cuestiones en las que no se entró sencillamente porque las cuatro propuestas electorales que representan están de acuerdo en ellas.

Luis del Pino, un periodista con la rara peculiaridad de dedicarse al periodismo, incluso en estas fechas, en lugar de a hacer campaña electoral, ha llegado a identificar hasta ocho puntos de encuentro entre PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos; a saber, los cuatro proponen el mantenimiento del Estado de las autonomías y de los conciertos vasco y navarro; ninguno mantiene una posición contraria a la inmersión lingüística ni propugna el español como lengua vehicular en la educación; todos consideran necesario mantener en nómina en el Senado a los actuales traductores de catalán, vascuence, gallego y español; ninguno de ellos tiene intención de modificar la actual regulación del aborto, salvo, en algunos programas, para que sea costeado por la Seguridad Social; tampoco entre los cuatro hay ninguno que proponga eliminar la desigualdad entre hombres y mujeres en el tratamiento penal ‘asimétrico’ que reciben en la Ley de Violencia de Género; por supuesto a ninguno de ellos se le ocurre que partidos y sindicatos dejen de financiarse con cargo a los fondos públicos; todos mantendrán o incrementarán las subvenciones al cine; y por último, todos mantendrán intacta la Ley de Memoria Histórica de Zapatero.

El que suscribe está abiertamente en contra de los ocho puntos de acuerdo del cuatripartidismo, por lo que en este momento carezco de representación parlamentaria, y probablemente seguiré sin ella tras las elecciones del 26J. Esto tendría muy poca importancia si no fuera porque cuando salgo a la calle me encuentro con un montón de gente que aborrece el disparate de los 17 monstruos autonómicos, con su actual carga de competencias, funcionarios y políticos, que odia la dictadura lingüística (especialmente en la educación), que está hasta el gorro de los partidos, sindicatos y lobbys subvencionados como el del cine, y que considera la Ley de Memoria Histórica un retroceso cainita y guerracivilista. Incluso conozco a muchos contrarios al aborto y la desigualdad penal por razón de sexo.

No sé lo que votarán el próximo domingo, pero su situación me hace recordar aquel diálogo de Hamlet tantas veces parafraseado: algo huele a podrido en nuestra ‘democracia representativa’.
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