26/07/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Qué es la verdad? Algo que no solemos decir ni al médico, lo que me lleva a pensar que somos un país de mentirosos y eso sí que es una pena. Antes, en la época de obscurantismo y de la televisión en blanco y negro, al que se tenía que decir la verdad, sí o sí, era al cura. Gracias a Dios, los tiempos han cambiado que es una barbaridad y cómo estos pobres cuitados se han quedado sin clientela, admiten que alguien que va a confesarse les contará un montón de trolas y les da igual, porque el mero hecho de que se acerquen al confesionario es, como las bodas y los entierros, una fiesta. A lo que vamos... ¿qué es la verdad?, ¿cuál es la verdad?

El gobierno interino, ‘ma non tropo’, que padecemos, va a constituir una ‘comisión de la verdad’ sobre lo que ocurrió hace ochenta años, en nuestra guerra incivil. Juntar en una misma frase las palabras «comisión» y «verdad», es una humorada que no se le hubiera ocurrido ni al pobre Gila, que en paz descanse. Son palabras incompatibles, refractarias. No tenemos más que ver lo que ocurre en el Congreso cuando alguien comparece en alguna de las muchas comisiones que se crean en cada legislatura: mienten como bellacos, procurando, en todo caso, salvar su culo.

La guerra civil española es el segundo acontecimiento más estudiado del siglo XX, después de la II guerra mundial. Se han escrito miles y miles de libros sobre ella, desde todos los puntos de vista y desde todas las ideologías. Los historiadores, esa colección de ratas de biblioteca que siempre escriben al dictado del vencedor, han encontrado en ella una bicoca. Bueno, menos en este caso. La historia de la guerra incivil, por primera vez en la historia, la han escrito los perdedores, sobre todo en los últimos cuarenta años. Quitando a gente tan extraña como Pío Moa, una especie de mujer barbuda del circo, por lo raro de sus opiniones, nadie, nadie, defiende ni un poquito la vida y obra del general Franco. Razón, cree uno, no les falta, porque el general podía tener muchas virtudes, pero carecía de una esencial que diferencia a los hombres de las bestias: la piedad. Nunca la tuvo. Mató a demasiada gente sólo por el hecho de pensar distinto a él y a lo que representaba. Por otra parte, mejor dicho, en la otra parte, también hubo gente, (Líster, El Campesino, Modesto y montones de irregulares), que se despacharon a gusto en lo de asesinar a otros que pensaban y defendían lo contrario que ellos. Es la definición de libro sobre una guerra civil: hermanos matando a hermanos.

Pues el gobierno tiene previsto dictar, como estrella de ésta legislatura, una ley sobre la verdad. Y me da miedo, mucho miedo, porque tengo por cierto que será su verdad, la del PSOE después de Zapatero, ya que antes, González había firmado en las Cortes una reconciliación entre las dos Españas que se habían partido la cara en la guerra. Zapatero tenía razón en una cosa: es una vergüenza que haya muertos en las cunetas donde fueron ‘paseados’. Para cerrar el círculo vicioso del odio es necesario que sean recuperados y enterrados por lo civil o por los curas, cada cual sabrá. Pero esta intención tan loable se le fue de las manos, hasta tal punto que él y sus hijos políticos, (los de Podemos), no han cesado hasta abrir, otra vez, el camino del resentimiento y de la ira.

Si la historia nos enseña algo es que todo lo que pasa en un lugar, (pueblo, provincia, país), tiene que asumirse como algo pasado, como parte de nuestra historia. Y volverse loco en reescribir algo que ya ha sucedido, tiene por fuerza que llevar, otra vez, a ese momento anterior por el que ya pasaron nuestros abuelos y nuestros padres y que les fue tan doloroso.

Una de las ideas de esta nueva ley de ‘la verdad’ es que se tiene que prohibir a los partidos políticos que ensalcen o admiren la obra del dictador. En una palabra, quieren prohibir a los partidos políticos de corte fascista o similares. Uno no puede estar de acuerdo con ello. Por esa misma regla de tres, se deberían ilegalizar a los partidos políticos que defiendan a los comunistas. A la hora de saber cual de las dos ideas políticas hegemónicas en la primera mitad del siglo XX tiene las manos más manchadas de sangre, las pasaríamos más putas que en vendimia. Por culpa de los fascistas murieron en esa época alrededor de setenta millones de personas. Y por la culpa de los comunistas al menos otros tantos, con la particularidad de que los muertos de los primeros fueron, en la mayoría de los casos, gentes de otros países distintos al suyo y en el caso de los comunistas fueron sus compatriotas las principales víctimas. O sea, una desgracia andante en ambos casos.

Os deseo feliz verano, que uno descansa hasta septiembre, y sólo me queda despedirme con mi verdad, con el habitual Salud y Anarquía.
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