27/09/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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La noche del domingo veinticinco de septiembre seguro que ha inspirado muchas columnas de opinión. Y ésta podría ser una más. Aunque se trata de unas elecciones autonómicas, todos somos conscientes de su trascendencia a nivel nacional. Parece ser que la opinión generalizada manifiesta que ha triunfado la sensatez. Lo cierto es que, de momento al menos, en España se vive bien y que los españoles no quieren ir a peor.

En todo caso nuestros problemas son nada si miramos a otras partes del mundo. Precisamente estos días es noticia el bombardeo a un convoy humanitario que llevaba víveres a gentes que en Siria están pasando extrema necesidad. Lo cierto es que miles de personas están privadas de alimentos y de agua. O sea, que se están muriendo de hambre y de sed.

Pues bien, en esa misma noche electoral, mientras veía cómodamente a través de la televisión los resultados de los comicios, servidor sintió sed. Instintivamente me dirigí a la nevera, al tiempo que me vino a la mente la situación de tantos cientos de miles de personas como en el mundo carecen de este preciado líquido y especialmente la de los habitantes de Alepo que ni hoy ni mañana van a poder quitar la sed. Decidí entonces posponer hasta el día siguiente por la mañana el beber agua, como signo de solidaridad con los que lo están pasando tan mal. Porque con sed se pasa muy mal.

¡Cuántas veces nos quejamos de la vida y olvidamos que somos unos privilegiados aunque sólo sea por el hecho de que nunca nos va a faltar agua para beber! Y, si a alguno no le convence, que haga la prueba de no ingerir líquidos cuando tenga sed. Por desgracia nos acostumbramos a ver con naturalidad desde nuestros sofás noticias sobre el sufrimiento de la gente e inmediatamente lo olvidamos como si eso no fuera con nosotros, como si esa no debiera ser nuestra principal preocupación e inquietud, en lugar de mirarnos tanto al ombligo. Da asco ver a nuestros dirigentes internacionales perder el tiempo en reuniones sin dar un solo paso efectivo para evitar tanto sufrimiento. Les da igual que naufraguen miles y miles de personas huyendo de la muerte y del hambre, les da igual que se mueran de hambre y de sed o como consecuencia de guerras sin sentido, de enfermedades que podrían curarse…

¿Acaso Europa y España no se han convertido en el rico de la parábola que cierra sus entrañas a los millones de Lázaros que mendigan a sus puertas? El rico del relato se fue al infierno. Y nosotros ¿esperamos que nuestro egoísmo y narcisismo vaya a quedar impune?
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