04/09/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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Escucho en Oviedo interpretada por la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y la Oviedo Filarmonía dirigidas por Pedro Halfter la famosa Sinfonía número 7 de Shostakóvich, popularmente conocida como Leningrado por haberse estrenado en esa ciudad rusa durante su asedio por las tropas nazis. La historia cuenta que, cuando el hambre hacía estragos ya entre los vecinos de la ciudad, obligados a comer, a falta de otros alimentos, perros, gatos, roedores, caballos, yerbas, matojos y hasta la basura misma, el director de orquesta Karl Eliasberg convocó a los músicos supervivientes de la ciudad para interpretar la obra que Shostakóvich había compuesto en medio de aquella tragedia. Apenas se presentaron quince, hambrientos y casi sin fuerzas para tocar unos instrumentos que requerían de toda su energía, pues la sinfonía número 7 de Shostakóvich es una de las más difíciles y más costosas de interpretar. Al final, el director Eliasberg logró su objetivo y la música del compositor soviético sonó en todo Leningrado, incluidas las líneas del cerco alemán merced a los altavoces que las autoridades de la ciudad colocaron apuntando a ellas.

La historia recuerda otros conciertos celebrados en circunstancias parecidas por directores de orquesta empeñados en combatir el odio con la música y nos retrotrae a imágenes que pensábamos enterradas en la memoria negra del siglo XX europeo al tiempo que nos enfrenta a las que ahora mismo están ocurriendo en Alepo y en otras ciudades del Oriente Medio y en lugares remotos de África y Asia. Los asedios y el hambre no se acabaron el siglo anterior; al revés, se reproducen en éste por todo el planeta sin que la humanidad logre terminar con ellos. Así, que la música, la literatura, el cine, el arte en cualquiera de sus manifestaciones pretendan avanzar en su desaparición no deja de ser una quimera, un sueño utópico de algunas personas empeñadas en combatir la violencia y el odio con otras armas diferentes de las tradicionales. Mientras la humanidad no salga de la caverna, mientras las religiones manden en la interpretación del mundo, mientras los nacionalismos y la civilización tribal y el abuso de unos hombres y unos pueblos sobre otros sigan siendo los ejes de nuestra cultura, la barbarie continuará siendo el lenguaje universal del mundo y la música no alcanzará a acallar el ruido ni a saciar el hambre de esas personas que a lo que aspiramos es a sobrevivir oyendo unos instrumentos que, en vez de agredir al prójimo, te hacen la vida más feliz, como los de aquellos músicos de Leningrado que durante un par de horas pararon el ruido bélico de la ciudad y llenaron su hueco inmenso de belleza.
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