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King Kong nació en Astorga

03/09/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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El mito de King Kong apareció escrito por primera vez en 1570 y salió de la pluma de un astorgano, Antonio de Torquemada (1507-1569), un escritor judeoconverso autor de cuatro libros extraordinarios: Manual de escribientes, Coloquios Satíricos, Olivante de Laura (que figuraba en la biblioteca de don Quijote) y Jardín de flores curiosas. Es en este último en el que nos narra la historia de King Kong, al que no pone nombre ni cuerpo de simio, sino de oso, pero del que nos cuenta su peripecia completa, mucho más interesante que la del personaje fílmico.

La historia, cuya veracidad fundamenta en el testimonio de Juan Magno, arzobispo de Upsala, la sitúa Torquemada en unas montañas del reino de Suecia. Sucede así: la hermosa hija de un hombre rico salió una tarde al campo con sus amigas y se adentró en una espesura donde se topó con un oso «de demasiada grandeza», que se la llevó en brazos «sin hallar resistencia ninguna». Su primer impulso fue comérsela, pero Dios no lo permitió y el oso, movido por un instinto bien diferente, la metió en una cueva y allí «toda su crueldad se le volvió en un amor entrañable». Después de pacientes carantoñas, logra la fiera que la joven, «aunque no por su voluntad», consienta en tener «sus ayuntamientos libidinosos con ella». La cuida como a una princesa, cazando venados para ella, hasta que unos cazadores se encuentran con la bestia y logran matarla, liberando a la joven de su dulce cautiverio. Al poco tiempo, «sintiéndose preñada y esperándose que había de parir algún notable monstruo, parió un hijo que ninguna cosa sacó de su padre», salvo el «ser un poco más velloso» que otros hombres. «Criándose con diligencia y cuidado», se convirtió en un hombre valeroso y temido, «y teniendo noticia de los cazadores que habían muerto al que lo había engendrado, les quitó la vida», por cumplir con «la obligación de vengar la muerte de su padre». De su linaje procedían los suevos.

Pues sí, ya lo ven, el mito de la bella y la bestia (menos edulcorado que en el cine) tiene origen leonés. No necesitamos inventarnos, como hacen los independentistas,delirios provocadores como que Cervantes o Santa Teresa eran catalanes; basta con que leamos a nuestros autores olvidados, como a este astorgano, para descubrir historias tan fantásticas como ésta. Ahora que estamos en época de revisión del callejero bien se merecería Antonio de Torquemada una calle en su patria chica y en Benavente (donde vivió), desplazando a algún que otro energúmeno que todavía figura en el santoral viario. De paso, bien estaría reivindicar su condición de judeoconverso, junto a muchos otros, como nuestro admirado fray Bernardino de Sahagún.
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