12/03/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Los niños duermen al raso en los caminos o bajo plásticos que gotean agua. Y lo sabemos. Sabemos también cómo lloran, con las caras sucias, y cómo se ahogan en las playas. Hemos visto a sus padres levantando alambradas para ellos, a sus madres gritando de impotencia.

Lo hemos visto todo. Afortunadamente hay alguien contándolo y fotografiándolo para nosotros. No podemos decir que vivimos ciegos, que no nos enteramos de nada.

No dirigimos un país, es cierto, ni un banco mundial, ni siquiera una gran empresa, pero hay formas de ayudar. Ahí está Médicos sin Fronteras y decenas de organizaciones que se hieren las manos por nosotros. Podemos hacer alguna cosa.

Pero leemos titulares como ‘Turquía exige 6.000 millones para frenar a los refugiados’ (El Mundo). Para frenar. O ‘Macedonia cierra su frontera con Grecia y bloquea la ruta de los Balcanes’ (El País). Y surge otro verbo más: bloquear.

Se intenta, a veces, reducir las cosas a números, a tejemanejes, a la política, al tal dijo y el otro contestó. ¡Qué bonito papel el de la hermosa Europa, el nuestro! ¡Qué gran muestra de civilización y solidaridad!

Martin Luther King decía algo así como que no duelen «los actos de la gente mala, sino la indiferencia de la gente buena».

La indiferencia.

Qué facil parece también hablar de esta situación lejana y olvidar a la vez nuestras vergüenzas más próximas.
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