15/02/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Señor Presidente del Gobierno: de ninguna manera le deseo a usted ni a su familia que mañana, al salir de una consulta en un hospital público, habiendo sido pinchado sin las debidas precauciones, resulte usted contagiado de hepatitis.

No se lo deseo, créame, no ganamos nada con el odio y los malos pensamientos; pero sí me gustaría que se pusiera un rato en los zapatos de los 900.000 enfermos de hepatitis C que hay en España, que se ponga en su piel (¡ese sarcasmo de su subalterno Floriano diciendo «nos ha faltado piel»: les ha faltado piel, vísceras, entrañas, sentimientos… y les ha sobrado cara!).

La hepatitis C es un problema de salud pública gra-ve, repita conmigo, Presidente: «La hepatitis C es un problema de salud pública gra-ve». Afecta a 900.000 enfermos y muchos han sido contagiados en hospitales públicos.

El laboratorio Gilead posee como propiedad privada la patente del medicamento Sovaldi, que permite la curación del 95% de los casos de hepatitis C. Los inmensos beneficios de Gilead salen de nuestros bolsillos: ¿de dónde si no su facturación hipermillonaria? ¿O es que los recursos que los laboratorios destinan a investigación les caen del cielo? La investigación farmacéutica, también la pagamos nosotros. Repita conmigo, Presidente: «La investigación médica la pagan los ciudadanos íntegramente cada vez que compran un medicamento».

Médicos del Mundo ha impugnado esa patente ante la Oficina Europea de Patentes, y su Gobierno, con o sin piel, debería hacer lo mismo: impugnar la vampirización de un bien público tan necesario como el agua y el oxígeno, la salud de un millón de ciudadanos. El problema es muy sencillo, Presidente: el tratamiento de la hepatitis C con genéricos cuesta 700€ en la India y 100.000€ en España. La diferencia es el negocio de Gilead.

Dar el tratamiento a todos los afectados no es cuestión de dinero, sino de ética, de voluntad política, de prioridades. Usted debe elegir entre la salud de los ciudadanos y el negocio millonario y sin escrúpulos de Gilead. Un Gobierno digno no permite que un laboratorio amase fortuna a costa de sus ciudadanos. Con la salud no se juega. Repita conmigo, Sr. Rajoy: «Con la salud no se juega ni se negocia».
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