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Falange de cantos, espantos y Campanillas

José Luis Gavilanes Laso
13/08/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Allá por la década de los cincuenta del pasado siglo, mientras los chicos leoneses jugábamos al trompo, las ‘pelis’, las bolas o a la ‘una anda la mula’, las chicas saltaban a la comba al son de: «Ha salido Proa , el diario de Falange / que lo pague, que lo pague , que lo pague. /Y si no lo paga / le dé un cuartillo vale, / que lo pague, que lo pague / que lo pague. / Que salga usted / que lo quiero ver bailar, saltar y brincar, / y dar vueltas al aire. / Con lo bien que lo baila la moza, / la niña bonita, /déjala sola, sola en el baile».

Quienes estábamos por entonces afiliados al Frente de Juventudes, el ala juvenil de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, cuando íbamos de marcha, camisa azul, boina roja, pantalones grises, escarpines blancos y botas negras, o desfilábamos junto a las tiendas de campaña en el campamento de Sena de Luna, además de al son del ‘Cara al sol’, ‘Prietas las filas’ o ‘Yo tenía un camarada’, lanzábamos al aire otra ‘perla’ coral al grito de: «Y son las JONS, / sin discusión / la juventud de más valor de la nación, / que al pelear, sabe luchar, sabe vencer / pero también sabe matar. / Si un camarada falangista / quiere ganar gloria y honor / ha de luchar como un valiente / en las centurias de las JONS./ ¡A luchar, a vencer y a morir / contra el vil y cobarde Lenín!»

Si hemos de creer a Santiago Blanco en su libro de memorias de guerra y exilio (‘El inmenso placer de matar un gendarme’, Cuadernos para el Diálogo, 1977), periodista, policía, gobernador en funciones de Asturias durante la Guerra Civil, vendimiador, cocinero, leñador, publicista en Venezuela, exiliado, que pasó en 1934 el servicio militar en León infiltrado como espía del socialismo en las filas de la Falange leonesa, León era la ciudad más importante de España, después de Madrid y de Valladolid, en el falangismo militante: «La Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, FET y de las JONS, que se preparaba para alcanzar la gloria de un millón de muertes y del resurgimiento de la bestia apocalíptica del odio ibérico».

Cuando el reloj de la ‘pulchra leonina’ daba las nueve de la noche y León era un sepulcro aquel año de desgracia de 1934, cuenta Blanco que terminaban sus encuentros falangistas. Unas veces pasaban de la reunión a algún prostíbulo. Y después de cada reunión o de cada juerga comenzaba la otra parte de su compromiso con las Juventudes Socialistas a las cuales también estaba afiliado. El comité de enlace esperaba su informe. Cada vez que tenía una reunión falangista, tenía otra socialista. Interesaba especialmente saber el nombre de los oficiales del Ejército vinculados a la Falange, pero confiesa que le fue imposible lograr una lista completa y oficial de los integrantes de la Falange leonesa.

El doctor Pedro García de Hoyos, junto con Fernando González Vélez, fue uno de los fundadores de Falange en León. Según Blanco, el Dr. Hoyos era chiquitito y pálido, de unos cincuenta años de edad. Su acción era secreta, ocultísima, misteriosa y asesina. Y cuando visitó su casa, una elegante residencia adornada con grandes fotografías de Mussolini e Hitler y presidida por un retrato del inmenso José Antonio Primo de Rivera –la de éste y la del fascista italiano personalmente dedicadas–, confiesa que no tuvo miedo, aunque estaba metido de lleno en el peligro. Continuando con el relato de Santiago Blanco, las instrucciones de Primo de Rivera, en carta dirigida a Hoyos, leídas por el médico al grupo de élite falangista, ordenaban la supresión física mediante atentados, inteligentemente planeados, de dirigentes secundarios del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores. Primo de Rivera ordenaba el mayor cuidado en la selección de las víctimas de estos atentados. En ningún caso deberían ser dirigentes nacionales ni dirigentes provinciales, ni anarquistas ni comunistas. Todo consistía en acciones parciales de liquidar dirigentes secundarios socialistas; provocar el desorden y las reacciones airadas de los republicanos en general, mediante atentados; acción preparatoria para la gran lucha, para el glorioso movimiento que no tardaría en llegar.

Por otra parte, cuenta José Manuel Roa Rico (‘Francisco Roa de la Vega y los gobernadores civiles’, Imprenta Moderna, León, 1998), que el Dr. Hoyos se presentó un día completamente desencajado en el despacho de su padre, Francisco Roa de la Vega, porque, según el soplo de un amigo policía, el Gobernador Civil, Vicente Sergio Orbaneja, había decidido darle el ‘paseo’. Roa de la Vega –que tuvo relaciones muy tensas con Orbaneja y, después en la postguerra, con Carlos Pinilla Touriño, otro Gobernador Civil de León–, se fue con Hoyos a Valladolid a entrevistarse con Severiano Martínez Anido, ministro entonces de Orden Público del primer gabinete ministerial de Franco.Escuchado el informe de Roa de la Vega y sabiendo ya de la catadura moral de Orbaneja, Martínez Anido le dijo: «Si a este hombre le hubieran matado los rojos el primer día, tendríamos un mártir más y un sinvergüenza menos». Seguidamente llamó a su secretario y le ordenó que viese si había algún Gobierno Civil vacante para trasladar a Orbaneja. Al poco rato Martínez Anido le dijo a Roa de la Vega, «Cuando Ud. llegue a su casa ya no será Orbaneja Gobernador de León, marche tranquilo que no es posible mandárselo más lejos». Lo había destinado a Santa Cruz de Tenerife.

La guerra estalló y León no tardó en ser dominada por los sublevados. A los pocos días del alzamiento, concretamente el 4 de agosto de 1936, una centuria de falangistas leoneses salió rumbo al frente de Guadarrama. Próxima a Madrid, la Sierra de Guadarrama era una zona estratégica para conseguir cuanto antes la toma de la capital de España y con ello el final de la guerra.

Los falangistas leoneses se ubicaron en el tramo que discurre por la Cañada Real Leonesa, concretamente en torno al cerro de Las Campanillas, ocupando las posiciones de Casilla de la Muerte, Tablada, Cueva Valiente, junto alAlto del León, que más tarde cobraría el nombre de Alto de los Leones en honor otorgado por Serrano Súñer a las milicias falangistas vallisoletanas allí desplazadas. El nombre proviene de una de las ventas de Tablada, llamada la Venta de la Campana, por la que allí existía para orientar a los viajeros y guiarlos hasta sus dependencias.

En honor a esta centuria de falangistas leoneses –«los cruzados azules en la guerra contra el marxismo»– se inscribió una placa callejera que es la que actualmente existe con el nombre de Calle Campanillas, vía que transcurre paralela por la parte inferior a la antigua Avenida del 18 de julio, hoy prolongación de la Avda, del Padre Isla.

Curiosamente el nombre de esta calle no figura entre las 33 denunciadas por Aerle y el abogado Eduardo Ranz para ser retiradas. Por estar afectada su placa a lo dispuesto en elartículo 15 de la Ley de la Memoria Histórica, el comité de expertos nombrado al efecto debería tenerlo muy en cuenta como otro de los nombres a ser sustituidos.
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