Imagen Juan María García Campal

"Eso": sesenta y dos vidas

11/01/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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No, no escribo ofendido. Privo al cínico –al «que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas»– de su soberbia con defensa cartesiana: cuando alguien pretende ofenderme, elevo mi espíritu muy alto, para que la ofensa no lo alcance. Sí lo hago con pasión de inteligencia insultada, aunque a esta situación ya esté uno hecho por la mediocridad reinante y gobernante. Mas atribuyo a tal insulto valor de coordenada y, así, me orienta y confirma lo correcto de mi desvarío. Aún así, lo confieso, escribo, para lo usual, pronto en lo semanal y emocionado. Sí, conmovido por la memoria de los españoles fallecidos en el accidente aéreo del Yak-42 y sintiendo insultada mi intelección y mi inteligencia emocional al escuchar del patriota sin par y presidente del gobierno de España referirse a tal desgracia nacional como «eso» («Eso ya está sustanciado…»). Me pregunto: ¿en verdad será así este hombre o será que se guía por aquella frase del Padrino Corleone que venía a decir «nunca digas lo que piensas a alguien que no sea de la Familia»?

No, no soy más sensible que la media nacional. Es que tuve la suerte –y el dolor– de conocer a los padres de una de las víctimas de tal abandono patrio. Por eso puedo imaginar bien el dolor de cualquiera de los familiares afectados, y por esto mismo me referiré a estos padres tan sólo por sus iniciales: L, la madre; E, el padre. Éramos vecinos en mi Bocamar, compartíamos gusto por fumar y el paisaje. De ambos conocía su contento y orgullo por la condición profesional de su hijo, J.L guardó copia de las llaves de mi casa, por si un aquel, hasta que dejó de ser L, hasta que la mataron en vida con la muerte de su hijo y todas las desvergüenzas habidas con los restos de las víctimas. Abatido de dolor me lo dijo E en viaje juntos a cercana villa: «nos han matado, Juan, nos han matado. Era lo que teníamos, la verdad, la alegría, la justificación de nuestras vidas. Saberlo con la vida hecha, resuelta, con su mujer y sus hijas era nuestra felicidad y ahora… ya no sólo no tenerlo, sino no saber –no lo sabemos– ni si es él a quien lloramos». No es fácil ver llorar a nadie, menos aún a un padre. Uno lo es, e imagina. Aquellas lágrimas, aquellas palabras, aquel dolor intenso aún mantienen su eco en mí.

Sí, hoy, en vuestra memoria escribo y escupo, L y E; en la de J y sus compañeros. Cómo no hacerlo después de oír al máximo responsable político de la patria resumir en un «eso» la vida de sesenta y dos españoles. Y aún dirá, sin pudor: ¡España! ¡Patria!
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