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¿Democracia sin demócratas?

02/03/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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No se nace demócrata. Tampoco se hace uno demócrata de una vez y para toda la vida. Ser demócrata no es algo natural y espontáneo. Tampoco lo son las sociedades. Una sociedad democrática es el resultado de un largo esfuerzo individual y colectivo. La democracia se construye cada día y debe mantenerse siempre vigilante para asegurar su buen funcionamiento. Una cosa es tener instituciones democráticas y otra que la sociedad sea plenamente democrática.

El problema de España es que, siendo un estado democrático, la mayoría de los españoles sigue siendo poco demócrata. La democracia social, cultural y política es todavía muy débil y no ha penetrado ni en el pensamiento ni en los sentimientos de muchos ciudadanos. Hemos creído que con dotarnos de instituciones democráticas ya era suficiente, que funcionarían por sí solas. Pero no basta. Sin una cultura y unos modelos y valores y formas de sentimiento democrático, sin un entramado sólido de actitudes y modos democráticos de comportamiento, la democracia formal no funciona.

En gran medida tenemos hoy una democracia débil, superficial y burocrática, que confía (ilusoriamente) más en la fuerza coactiva y punitiva de las leyes que en la convicción y el buen comportamiento de los ciudadanos. Que cree que ser demócrata es votar cada cierto tiempo y dejar luego en manos de los políticos toda la responsabilidad. Que ni siquiera se responsabiliza de que su voto acabe amparando, por ejemplo, la corrupción y el nepotismo.

Son muchos los ejemplos y síntomas de ese débil afianzamiento de la democracia en nuestro país. No es nada extraño. Salimos de una dictadura que se asentó sobre una sociedad que apenas había conocido la democracia y que siempre había funcionado bajo un modelo autoritario. El individualismo ácrata, rodeado de una aureola de heroísmo y voluntarismo, ha sido la otra cara de nuestro modelo social.

La llegada de la democracia institucional provocó todo tipo de distorsiones y comportamientos reactivos, sin caer en la cuenta de que no bastaba con establecer formalmente la democracia, que era necesario que los españoles nos convirtiéramos en demócratas. Nadie se ha ocupado seriamente de ello, pero no puede haber democracia sin demócratas.

El fanatismo y sectarismo con que la mayoría de los españoles vive hoy la política; la exclusión y demonización del otro; el creer que basta ser antifranquista para ser demócrata; el no rechazar las tendencias totalitarias de los independentistas haciéndolas pasar por democráticas; el legitimar cualquier método para ‘asaltar el poder’; el confiar en el caudillismo o los líderes salvadores; el uso de la violencia verbal como instrumento de lucha política; la apelación a la historia, el territorio o los hechos diferenciales frente al derecho igualitario de los ciudadanos; el desprecio a la Constitución y las leyes comunes; etc. Todo esto indica hasta qué punto gran parte de la sociedad española carece de verdaderas convicciones y comportamientos democráticos. Sin amparadores, consentidores y encubridores, no habría tantos corruptos.
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