12/04/2017
 Actualizado a 15/09/2019
Guardar
Hace años, Winston Manrique iniciaba un reportaje sobre lo que la cháchara política esconde con: «Desde la ufanía, gobernantes, políticos y empresarios españoles tratan de usurpar, ocultar o alterar la dura realidad del país entronizando el eufemismo y el silencio con tal de no llamar a las cosas por su nombre» y en él, el maestro Antonio Colinas decía: «No vemos los rostros de los que hablan, afirman y prometen, sino las máscaras imperturbables que cubren esos rostros… el lenguaje ha ido perdiendo libertad…». Así, en este país fueron y son muchos más los que, seducidos por el lenguaje eufemístico, se resignaron a «la que está cayendo» que los que, en mi opinión, conscientes de la realidad, plantaron cara y voz a «lo que están tirando» (educación, sanidad, justicia, etc.).

Mas no sólo eran y son ya los poderes, políticos y fácticos, los que ejercían tal corrupción de la verdad (cita Manrique a Cicerón: «La verdad se corrompe o con la mentira o con el silencio»), sino que también los nacionalistas de vario grado andan en ello intentando convertir a los territorios en sujetos de derechos –siempre pensé que esto lo éramos las personas– y dándoles voz. Como tantas veces dicen hacer con el ‘pueblo’ ignorando los versos de Lundkvist: «El que con mayor grandiosidad habla del pueblo quiere utilízalo para sus propios fines./ El que se hunde en las profundidades del pueblo quiere evitar sus propias responsabilidades».

Y ahora, por si fueran pocos, la eufemística abuela ha tenido un capricho y son ETA y su entorno los que rebosan sus bocas con eufemismos –algo han mejorado, los prefiero a sus balas y bombas–. Y si ya los venían utilizando –para que haya un «proceso de paz» es preciso que haya una guerra y lo que hubo fue atentados terroristas, fueron 829 personas muertas por su mano–, ahora se descuelgan con su «acto histórico de respaldo al desarme y a una paz irreversible en Euskal Herria», cuando fueron derrotados por las políticas antiterroristas y fuerzasy cuerpos de seguridad de los Estados de Derecho de España y Francia (sus «enemigos de la paz»); disfrazando su derrota como éxito de «artesanos de la paz» y la entrega de las armas a través de «la sociedad civil» –como que existiesen otras– de la que, de cinco miembros fotografiados, ¡qué cosas!, dos, son eclesiásticos y, una, mujer. ¿No querrán irse de rositas después de tanta sangre?

Hay que defender la lengua, porque ya Confucio avisó: «Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad».
Lo más leído