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A propósito del despropósito de la Hispanic Society

24/05/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Aprovechando que el Pisuerga de la Hispanic Society pasa estos días por Madrid, quisiera desahogarme un poco y, como dijo Calderón por boca de Segismundo, «sacar de mi pecho, un Etna hecho, pedazos del corazón». Pocas cosas me enfurecen tanto como el comprobar la destrucción de nuestro patrimonio artístico y arquitectónico, un fenómeno que viene de lejos, pero que sigue hoy, como prueba, por ejemplo, la destrucción de Lancia, denunciada una y otra vez por la asociación Pro Monumenta.

Sobre la Society ya ha escrito aquí un excelente artículo Julio Llamazares, que sitúa el asunto en su lugar y justo término: el del saqueo y el latrocinio, como bien le explicó Erik el Belga en persona. Entre la rapiña que el magnate Huntington, fundador de la Society (una sociedad privada), llevó a cabo con aparente legalidad, pero con total impunidad y alevosía, señala Llamazares, «47 sitiales procedentes del monasterio de Carracedo, en el Bierzo, dos esculturas de plata del orfebre leonés Juan de Arfe, así como una preciosa talla cacabelense de San Martín o monedas con el sello de la primera reina peninsular que acuñó moneda, la célebre doña Urraca».

Necesitaríamos una enciclopedia (18.000 obras de arte, 15.000 grabados, 175.000 fotografías, libros, pergaminos, cartas, cerámica, restos arqueológicos de hace 4.000 años…) para describir todo ese ‘legado’, parte del cual se exhibe estos días en el Museo del Prado, organizado por el Ministerio de Educación y Cultura. Para más escarnio, esta filantrópica Society acaba de recibir el premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional. Cuando lo oí por boca del resucitado Marcelino Oreja me quedé pasmado y aún no logro sacar del pecho mi indignación.

Porque vamos a ver: olvidémonos de las intenciones del magnate, hispanista que, seguro, admiraba a nuestro país. El hecho indiscutible es que organizó una red de esquilmadores que, aprovechando la desidia de unos, el poco aprecio de nuestro patrimonio de otros, la codicia rastrera de traficantes, el trapicheo de los vendedores (eclesiásticos, anticuarios, arqueólogos, políticos), montó su Museo particular, exhibición de su buen gusto y sensibilidad. ¿Para proteger el arte? Es posible que así lo creyera, pero el hecho es que, lejos de favorecer con ello la protección de nuestro inmenso y riquísimo patrimonio, contribuyó a su destrucción. No entiendo en modo alguno que esto merezca una recompensa y reconocimiento público como el premio citado.

Si elevo la reflexión me topo con un fenómeno más deprimente: nada de esto hubiera ocurrido (e insisto, sigue ocurriendo hoy, como la corrupción) si no fuera por el desprecio que los españoles tenemos de lo propio, un sentimiento autodestructivo que viene, por lo menos, de la leyenda negra, un cuento malvado que se inventaron ingleses y los franceses para justificar sus propios atropellos y crueldades colonizadoras, fruto, además, de una envidia manifiesta, fenómeno al que todavía no han prestado atención ni los historiadores ni los sociólogos.

La inmensa riqueza artística y arquitectónica de España tiene que ver con nuestra historia, que no podemos separar de la creatividad artística, la grandeza de sentimientos, la nobleza de los propósitos, esos ideales que Cervantes supo encarnar en don Quijote y Sancho, mezcla de realismo sensato y heroísmo desinteresado. Para apreciar y defender lo que todavía tenemos necesitamos no renegar de nuestra historia, sino aceptarla, con sus sombras, pero también con sus deslumbrantes destellos. Todo lo contrario de lo que hacen los independentistas y separatistas en sus libros de texto, prueba de una profunda mezquindad intelectual y moral.

Nota final: Dado que el Museo de Nueva York de la Hispanic Society apenas tiene visitantes (digamos que es un fracaso); dado que está cerrado y cuesta un pastón remodelarlo (digamos que es una ruina); dado que no dudamos de la generosidad, buena voluntad, amor al arte y etcétera, de los sucesores de Huntington… No estaría nada mal que se iniciara un proceso de repatriación de todo ese tesoro artístico, enriqueciendo nuestros Museos, empezando por del Prado, al que le vendrían muy bien un Velázquez y un Goya de gran valor, que la Society podría, al menos, ceder filantrópicamente.
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