Angel Suárez 2024

A cuento del centenario

01/05/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Tengo para mí que el español medio puede definirse como aquel ser humano que es tan incapaz de leer el Quijote como de abstenerse de presumir de haberlo leído. A ello contribuye, desde luego, el inmenso número de obras adaptadas, películas, series de televisión o cómics que nos han presentado las aventuras de Quijote y Sancho, y que han permitido un conocimiento de la obra suficiente para sustentar una actuación decorosa en cualquier tertulia sin necesidad de haberse enfrentado a una sola frase escrita por Cervantes.

Del último homenaje generalizado al Quijote que el cuarto centenario de la muerte de Cervantes nos ha traído, me ha sorprendido la enorme cantidad de material didáctico con la que se está bombardeando a los niños ¿Verdaderamente servirá para estimular la lectura o más bien para frivolizar la obra, acabar con cualquier curiosidad que pudiera suscitar y enterrar definitivamente toda intención futura de acercarse a ella por tenerla ya resobada?
He ahí una gran dificultad a la que se enfrenta el profesor de Literatura. Por un lado, debería evitarse que la enseñanza de las grandes obras pase por destriparlas, por colocarse entre el autor y el futuro lector y, anulando la comunicación directa entre ambos a través de su obra, actuar de intérprete inoportuno, de revelador de sus mensajes y de anulador de la imaginación. Sin embargo, tampoco puede enseñarse Literatura enfrentando a los niños a determinadas obras a pecho descubierto, sin que ello provoque futuras alergias al texto escrito. Moviéndose en tan estrechas coordenadas, enseñar Literatura estimulando la curiosidad lectora parece una labor imposible y casi mágica.

En mi caso tuve la suerte de que la asumiera de manera magistral en la EGB Alfonso García, patrón de filandones, amante de lo leonés y lector apasionado, que supo contagiarnos su entusiasmo no me pregunten cómo. Luego vinieron otros con menos criterio que pensaban que enseñar Literatura era obligar a niños de 14 años a leer Tiempo de silencio, claro ejercicio de maltrato infantil del que sospecho que algunos aún no nos hemos recuperado del todo.

La buena Literatura se parece un poco a Dios, uno la encuentra si decide buscarla, o te encuentra ella a ti cuando quiere y cuando menos te lo esperas, que suele ser cuando más la necesitas, pero en ningún caso se puede imponer. Y sin embargo, para que el encuentro sea posible, alguien tiene que haber asumido la delicada labor de presentárnosla en la infancia. Benditos sean los quijotes que lo intentan.
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