Si afortunadamente usted es de los que ven al vecino o un pariente prosperar, que a un compañero de trabajo le toca la lotería o asciende a un puesto mejor, y se alegra, yo también me alegro por usted; pero si es de los que sufren –y trata de sofocar ese sufrimiento con críticas seguramente infundadas– cuando algún allegado o conocido progresa, entonces lo siento mucho. Le acompaño en el sentimiento y le animo a que intente cambiar de actitud o le aseguro que la envidia va a poder con usted.
En un aula de la universidad donde hacíamos las prácticas de alguna asignatura que implicaba el uso de ordenador, además de alguna lámina religiosa y de algún que otro cartel informativo sobre las normas de las instalaciones, había un letrero que revelaba en pocas palabras una de esas lecciones para la vida que se deben aprender y que seguramente la colocó algún profesor de los que saben que a los alumnos hay que enseñarles cosas que no vienen en los libros.
El cartel, con la tipografía propia de los vítores de Salamanca, decía: «La envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento». ¿A que dio en el clavo? Yo estoy convencido de ello y créame que más de una vez me han dado ganas de buscar si hay reproducciones en tamaño postal y regalarlas por ahí.
Me acordaba de esta frase el otro día al conocer la historia de unos familiares, de esos que por cuestiones de la distancia ves cada diez o quince años –con un poco de suerte en alguna boda pero por desgracia suele ser en un funeral– que todos tenemos, a quienes la vida les ha ido extraordinariamente bien. Y les ha ido bien porque son muy trabajadores, tienen visión de futuro, arriesgan, unas veces les irá mejor y otras peor, pero viven muy bien y yo me alegro de corazón. Es una pena, pero no todos pensamos igual y por eso dicen que la envidia, después del fútbol, es el deporte nacional.
En un aula de la universidad donde hacíamos las prácticas de alguna asignatura que implicaba el uso de ordenador, además de alguna lámina religiosa y de algún que otro cartel informativo sobre las normas de las instalaciones, había un letrero que revelaba en pocas palabras una de esas lecciones para la vida que se deben aprender y que seguramente la colocó algún profesor de los que saben que a los alumnos hay que enseñarles cosas que no vienen en los libros.
El cartel, con la tipografía propia de los vítores de Salamanca, decía: «La envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento». ¿A que dio en el clavo? Yo estoy convencido de ello y créame que más de una vez me han dado ganas de buscar si hay reproducciones en tamaño postal y regalarlas por ahí.
Me acordaba de esta frase el otro día al conocer la historia de unos familiares, de esos que por cuestiones de la distancia ves cada diez o quince años –con un poco de suerte en alguna boda pero por desgracia suele ser en un funeral– que todos tenemos, a quienes la vida les ha ido extraordinariamente bien. Y les ha ido bien porque son muy trabajadores, tienen visión de futuro, arriesgan, unas veces les irá mejor y otras peor, pero viven muy bien y yo me alegro de corazón. Es una pena, pero no todos pensamos igual y por eso dicen que la envidia, después del fútbol, es el deporte nacional.