Tarasca de mi vida

25 de Junio de 2018
Lo siento, Tarasca. No sos vos, soy yo. Estás muy guapa, remozada, la piel tersa como la Preysler, los pómulos marcados, lo sé, sin toxina botulínica, un pelo Pantene que ya quisiera la misma Paula Echevarría, boca de piñón, bésame con frenesí… Esa mirada cándida, como la llama del cirio pascual, ese fuego leve que quita el aire, que robó el aliento al dragón a base de dulces palabras. Lo siento Tarasca, no estoy a la altura. No lo digo porque te llegue a la cintura, que eso siempre nos gustó… lo digo porque a mí, humilde plumilla de provincias, me parece que has vuelto de Madrid, de París, de Nueva York. Tus geométricos bailes dibujan ahora las medias lunas de los mármoles de palacio, no del polvo de la era. Te acuerdas… Yo no lo olvido. No se me van de la cabeza tus aires jipis, el vestido de flores de fuego y Mirinda que abría los cielos al verlo al vuelo aparecer doblando una esquina. Y ya sé que nunca oíste las críticas a tus alegres collares, a tus pendientes, a la flores con que adornabas tu cabello. Sé que soy injusto, que eres la misma, la alegría de las plazas y las calles, la única que va a los barrios a bailar en estas fiestas con los vecinos que no tienen orquestas, lo sé, ya te digo, soy yo. Ni siquiera es el cirujano que levantó tu pecho, henchido de orgullo, de clase, de sonetos cortesanos… y yo, boina de rosca, soy de romances y coplillas. No te voy a dar el pasacalles, no tendrás que avergonzarte de un juntaletras estrafalario… Ya sé que eres la misma, que no has cambiado, que solo es un nuevo ‘look kardashianado’, más acorde a los tiempos. Pero no puedo hacer nada, lo siento así y justo es que me llames anticuado, casca, rancio y lo que quieras. Nada puedo hacer. Te veré danzar de lejos y al acabar, si quieres, cuando vuelvas de los gastrobares y terrazas, te espero en la bodeguilla con un porrón, unas sopas de ajo y un par de ripios afilados. Ahí estaré.

Mucha suerte. Tarasca de mi vida.