03 de Enero de 2020
La función ha terminado, en cuanto marchen los camellos se bajará el telón. Toca hacer balance de las Felices Fiestas, calculando los millones gastados en luces hipnóticas, encendidas durante más de un mes, y los revertidos en plazas hoteleras y cajas comerciales, mientras miles de españoles, los de la pobreza energética que tanta pereza nos da, son testigos del dispendio, rumiando para sus adentros lo que podría hacerse con la milésima parte de ese gasto. Navidad envasada al vacío, con fecha de consumo preferente falsa, vendida por centros comerciales con un mes de antelación, llamando «Navidad» a hacer su agosto en noviembre y «espíritu navideño», al consumismo voraz e innecesario. Motivos sobran a los que no entran al trapo, para recluirse estos días, como bichos raros ya identificados: somos elfos.

Aun sonando utópico y sabiendo lo difícil que es escapar de esta vorágine, se me ocurre que podríamos contar a los pequeños, convertidos sin saberlo en consumistas potenciales, que el espíritu navideño es otra cosa. Que no hace mucho tiempo, la Navidad eran niños desafinando villancicos, panderetas y flautas imposibles y el aguinaldo de un sufrido vecino, con los tímpanos perforados. Que magia navideña era montar el belén con las figuritas mutiladas de la abuela, antes de ponernos estupendos y echar al buey y la mula del pesebre. Era convertir harina en nieve, papel de seda en agua y reír ante la merma de ovejas, que el abuelo llamaba descarriadas. Era coger papel y lápiz y escribir a los Reyes Magos, prometiendo tan torpemente no haber cometido pecados, que en realidad los confesabas. Era hacer dulces con tu madre y convertir la masa en estrellas comestibles, con moldes de hojalata. La Magia estaba en casa y era nueva cada año, comprando casi nada. Llamadme antigua, ingenua o elfo, pero ésta es la única Navidad que yo me creo.

Ahora os dejo, que ya presiento a los Reyes Magos. Y para quien dude de ellos, yo aseguro haber visto tres camellos subiendo a duras penas la cuesta de mi pueblo y esperando en la redoma de la iglesia, hasta creernos dormidos. Aunque ahora dudo si eran burros, que la infancia lo agranda todo. Lo cierto es que nuestro escaño amanecía cubierto de dulces y jerséis multicolores, idénticos a los que mi madre tejía cada noche, desde hacía tiempo. Y si aquel arco iris de lana, no era cosa de los Reyes, será que las madres hacen Magia con sus manos y sin más luces navideñas que una bombilla de 60 w.

Salud, paz y pan para todos, en el 2020.