No sé de quién habrá salido una idea tan luminosa como la de decorar con lucecitas de colores la fachada de Santa Nonia, pero si lo que ha pretendido es dar la nota y ser el hazmerreír de León, lo ha conseguido. Es lo que tiene hacer las cosas pensando más en las formas que en el fondo y la expresión de que a veces la chabacanería puede más que la sobriedad. Claro, que cuando las obras se hacen pensando en la estética más que en la devoción y vienen los almacenes chinos ofreciendo bombillas a buen precio pueden pasar estas cosas.
Mire, aunque tiene muchas virtudes el no poder aferrarse al mando el tiempo que a uno le dé la gana, en lo tocante a las cofradías y hermandades uno de los problemas que tiene el hecho de que los cargos sean tan efímeros –de uno o dos años como mucho– es que quien agarra el cetro o anda alrededor del bastón de mando está convencido de que tiene que hacer muchas más cosas que su predecesor, que sus planes sean más sonados y que su impronta quede bien marcada.
Desde luego que a los que se les ocurrió pero también a quienes dieron el visto bueno al tema de las luces de colores que cambian de tono según el día se lucieron. Valga la redundancia. Y como muestra ahí están las reacciones en los cuatro días que llevan encendidas, ocasionando comentarios de todo tipo, incluso alguno de bastante mal gusto.
Me sorprende, además, que para llevar a cabo este disparate no haya sido necesario contar con el beneplácito de patrimonio o al menos del Ayuntamiento de León o que estos lo hayan autorizado. Sobre todo sabiendo que yo si quiero cambiar el tejado o las ventanas, reformar la fachada o el jardín de mi casa y tengo la suerte o desventura de que a alguien se le ocurrió decir que la Vía de la Plata pasaba por mi calle necesito poco menos que pedir permiso a La Zarzuela.
Igual que usted si vive en una casa que una corporación decidió catalogar en su día como bien de interés cultural y en la que hasta para cambiar las cortinas o elegir el color de las petunias del balcón tiene que solicitar conformidad. Pero resulta que llega uno y trasforma una fachada de una iglesia en la de un club de carretera y le reímos la gracia.
Mire, aunque tiene muchas virtudes el no poder aferrarse al mando el tiempo que a uno le dé la gana, en lo tocante a las cofradías y hermandades uno de los problemas que tiene el hecho de que los cargos sean tan efímeros –de uno o dos años como mucho– es que quien agarra el cetro o anda alrededor del bastón de mando está convencido de que tiene que hacer muchas más cosas que su predecesor, que sus planes sean más sonados y que su impronta quede bien marcada.
Desde luego que a los que se les ocurrió pero también a quienes dieron el visto bueno al tema de las luces de colores que cambian de tono según el día se lucieron. Valga la redundancia. Y como muestra ahí están las reacciones en los cuatro días que llevan encendidas, ocasionando comentarios de todo tipo, incluso alguno de bastante mal gusto.
Me sorprende, además, que para llevar a cabo este disparate no haya sido necesario contar con el beneplácito de patrimonio o al menos del Ayuntamiento de León o que estos lo hayan autorizado. Sobre todo sabiendo que yo si quiero cambiar el tejado o las ventanas, reformar la fachada o el jardín de mi casa y tengo la suerte o desventura de que a alguien se le ocurrió decir que la Vía de la Plata pasaba por mi calle necesito poco menos que pedir permiso a La Zarzuela.
Igual que usted si vive en una casa que una corporación decidió catalogar en su día como bien de interés cultural y en la que hasta para cambiar las cortinas o elegir el color de las petunias del balcón tiene que solicitar conformidad. Pero resulta que llega uno y trasforma una fachada de una iglesia en la de un club de carretera y le reímos la gracia.