15 de Julio de 2015
Anoche, con la última de las doce campanadas que daba el reloj de la torre de la iglesia, me quedé dormido. Aprendí de mi abuelo a contar así las horas, me duermo con ellas mejor que haciendo saltar rebaños de ovejas. Despierto con ellas también. Esta misma mañana, el mismo sonido, aunque diferente, el que marca las siete me ha sacado del sueño. He seguido en la cama, sin embargo, unos minutos más, por la delicia de escuchar.

Despierto y en la cama todavía, unos minutos, poniendo toda mi atención, recién reinaugurada, en escuchar. ¿Y qué escucho? ¿Qué se oye desde mi cama, con la ventana abierta? Nada, sí, nada. Qué felicidad. El gallo del vecino, que también despierta y canta, pero eso no es ruido, no molesta, entra en los oídos de forma natural, sin hacer estruendo, sin tirar nada, sin romper nada. El gallo del vecino y a lo lejos algún perro que ladra, algunos perros.

Nada más. Cantos de pájaros atravesando el cielo, pequeños cánticos de pájaros pequeños que atraviesan el cielo, se posan en las ramas, en los tejados, saltan, vuelan, son mirlos, lavanderas, petirrojos, pardales, gorriones y también se distingue el canta reflexivo de alguna paloma.

Qué feliz me hace este silencio, este silencio que desprende el aroma de algunos sonidos, igual que el pan recién hecho desprende el calor de su sabor.

Qué feliz con este silencio de ventana abierta, un silencio libre, vivo, en el que no cabe ningún ruido. Sentado ya, mientras escribo, tengo delante el sol
que a lo lejos se eleva, recorre el arco, sobre la chopera. El sol, en este movimiento universal, no mete ningún ruido. Tampoco los árboles creciendo. Y yo contemplo todo esto, comprendo todo esto, la noche que se fue, el tiempo qué fabrican a mano las campanas, los vuelos de los pájaros, los árboles moviéndose aunque no lo parezca, mi madre en breve con el desayuno y me doy cuenta de que la vida en realidad no mete ruido, que el ruido es sólo cosa nuestra. Ya no hay duda, estoy de vacaciones, lo sé cuando despierto y no oigo ruidos, esos ruidos de fondo que ocupan mi cabeza durante el resto del año. Qué paz, qué delicia, estar en Benavides y despertar así, sin que existan ruidos secundarios.

Y la semana que viene hablaremos de León.