23 de Enero de 2021
El director general de la Organización Mundial de la Salud advierte de que, a tenor de la desigualdad en el reparto de vacunas, el mundo está al borde de un «fracaso moral catastrófico».

Yo me pregunto si no será más bien el efecto de un fracaso global que venimos arrastrando desde hace tiempo.

Por poner un ejemplo, hace unos días los servicios de emergencia atendieron a una niña de doce años cuyo hermano, de nueve, murió horas antes en la patera que les conducía a Gran Canaria. Sus compañeros tiraron el cadáver al mar. Parece el guion de una película sobre supervivencia, pero lamentablemente no es así.

La inmigración ilegal y el tráfico de personas es una realidad ante la que las estrategias políticas antiinmigrantes resultan simplemente inútiles. Podrán contenerla, pero no detenerla, aunque en ese intento lo que finalmente legitimen sea el racismo, la xenofobia y el auge de gobiernos autoritarios. El motivo es simple, aunque en los países desarrollados lo hayamos olvidado. Estas gentes ejercen un derecho muy superior a cualquier otra ley y que obvia el miedo a morir. Ejercen el derecho a la vida contra todo riesgo.

El caso es que nuestra sociedad sigue su ritmo al margen de las monstruosidades. Estamos inmersos en una realidad narcotizada en la que resulta normal desperdiciar 604 millones de kilos de alimentos al año mientras 8.500 niños mueren al día de desnutrición.

Claro que la muerte, a pesar de ser un género de masas, no gusta salvo en el cine. La muerte vive en las fronteras entre países vecinos con recursos desiguales y escupe en la orilla de una playa tanto una botella de plástico como a un niño ahogado.

Que estas personas encuentren o no una vida más digna en nuestro continente es otro cantar. Lo que acontece a menudo es que caen en manos de desalmados o terminan semi esclavizados como bien describe ‘La jaula de oro’ una película de Diego Quemada-Díez que les recomiendo encarecidamente.

De igual manera sabemos que las ayudas a estos países suelen ir a parar a los mismos de siempre, mafiosos y chulos que mantienen a una mayoría en la miseria. La coartada moral de ayudar a los más pobres en su país para que permanezcan allí fracasa estrepitosamente.

El problema vecinal permanece y como la llamada a la solidaridad y a la compasión con el prójimo no parece enternecer a nadie, quizá haya que enfocar el asunto desde un prisma más práctico, como, por ejemplo, las medidas de la tan traída agenda multilateral cuyos medios de implementación son un misterio para mí y creo que para muchos ciudadanos.

Por lo visto es una agenda ‘civilizatoria’, que pone la dignidad y la igualdad de las personas en el centro y llama a cambiar nuestro estilo de desarrollo. En definitiva, un nuevo guion sobre crecimiento económico, dado que los resultados del viejo no son óptimos en absoluto a la hora de reconciliar personas y prosperidad.

El caso es que, a pesar de esta buena voluntad institucional, de los 39 millones de dosis de la vacuna contra el covid que se han administrado a nivel global, solo 25 han sido proporcionadas en países pobres.

Cualquier persona con dos dedos de frente verá en este dato una incoherencia brutal, al margen de la injusticia. Porque estimados compañeros, podremos vacunarnos todos en los países desarrollados, pero no parece probable que podamos poner muros al virus o en su defecto, plastificar cual escultura de Christo, a nuestros países vecinos.

Pongamos pues nuestras esperanzas en una agenda multilateral real y esperemos que pase de moda aquello de que por la caridad entra la peste.