Todos los fines de semana, y los lunes a modo resumen de lo ocurrido los tres días previos, leerá, verá y oirá –si es que a estas alturas de la película aún presta algo de interés a la información que recibe– noticias sobre las fiestas que en este nuevo contexto que vivimos ya denominamos y asumimos como ilegales y que fueron detectadas el viernes, el sábado y el domingo.
Esto da lo mismo que lo lea uno de León que de Valladolid, de Madrid o de Sevilla, un gallego o un valenciano, porque todos los fines de semana en todas partes se hacen pequeñas fiestas privadas, reuniones de amigos, meriendas en bodega, cenas con tertulia y copas después o llámele como quiera.
Por mucho que se prohíba con normativas que en ocasiones están enfrentadas entre lo nacional y lo autonómico por aquello de tener casi una veintena de gobiernos distintos y de diferentes colores, incluso por más presión que se intente meter desde los medios enseñándonos todos los días imágenes de policías llamando a puertas de pisos donde hay seis, ocho o diez personas tomando algo, mientras no se recupere la actividad del ocio nocturno esto va a seguir. Y se lo dice uno que ni es fiestero ni tiene por negocio un bar de copas.
Y la peor noticia para los hosteleros, por si fuera poco todos estos meses cerrados y sin ingresos, es que cuando reabran los bares como antes habrá mucha gente que se haya acostumbrado a juntarse en una casa para tomarse unas copas porque, aunque esto pase, algo de respeto a las aglomeraciones quedará. Y porque echando cuentas el bolsillo también lo va a notar bastante.
La gente en general, por mucho que en los despachos se empeñen en creer y hacernos pensar lo contrario, no es tonta. Y esa misma gente ya tiene ganas de pasar página. Y además sabe que es bastante fácil sortear las normas y que muchas propuestas de sanción nunca llegan a multa o si llega hay muchas maneras de recurrir. Por algo le llaman la picaresca española al carácter que llevamos en nuestro ADN y que desde el llamado Siglo de Oro de las letras españolas hasta nuestros días ha ido en aumento. Tanto que nos sorprende.
Esto da lo mismo que lo lea uno de León que de Valladolid, de Madrid o de Sevilla, un gallego o un valenciano, porque todos los fines de semana en todas partes se hacen pequeñas fiestas privadas, reuniones de amigos, meriendas en bodega, cenas con tertulia y copas después o llámele como quiera.
Por mucho que se prohíba con normativas que en ocasiones están enfrentadas entre lo nacional y lo autonómico por aquello de tener casi una veintena de gobiernos distintos y de diferentes colores, incluso por más presión que se intente meter desde los medios enseñándonos todos los días imágenes de policías llamando a puertas de pisos donde hay seis, ocho o diez personas tomando algo, mientras no se recupere la actividad del ocio nocturno esto va a seguir. Y se lo dice uno que ni es fiestero ni tiene por negocio un bar de copas.
Y la peor noticia para los hosteleros, por si fuera poco todos estos meses cerrados y sin ingresos, es que cuando reabran los bares como antes habrá mucha gente que se haya acostumbrado a juntarse en una casa para tomarse unas copas porque, aunque esto pase, algo de respeto a las aglomeraciones quedará. Y porque echando cuentas el bolsillo también lo va a notar bastante.
La gente en general, por mucho que en los despachos se empeñen en creer y hacernos pensar lo contrario, no es tonta. Y esa misma gente ya tiene ganas de pasar página. Y además sabe que es bastante fácil sortear las normas y que muchas propuestas de sanción nunca llegan a multa o si llega hay muchas maneras de recurrir. Por algo le llaman la picaresca española al carácter que llevamos en nuestro ADN y que desde el llamado Siglo de Oro de las letras españolas hasta nuestros días ha ido en aumento. Tanto que nos sorprende.