Glosa David Rubio la ‘deriva ideológica’ en su magnífica colaboración del domingo, 13-1-19 titulada ‘No provoquen al columnista’ como algo preocupante en la vida civil del individuo actual, espectador de cada día más extravagantes pactos entre políticos de distinto signo; y resalta la aparición en política de siglas que ya creíamos extintas. Y el cronista, que, por edad, ha pasado ya casi todos los túneles y precipicios de ese camino, se hace eco de tal desasosiego, relativizándolo un tanto, hasta casi dejarlo en anécdota y a merced de la ironía corrosiva. ¿Quién, cuántos de nosotros, mantenemos intacta la inocencia, a estas alturas? Porque es de lo que se trata, de aquella primigenia inocencia del que era de derechas o de izquierdas según la familia a la que pertenecía, el colegio en el que se educaba, o los amigos que tenía, que se ha venido abajo ante el devenir de una política verdaderamente sorprendente y sorpresiva.
«Cuando un político cambia de ideas se convierte en un intelectual», afirma H. Vázquez Rial en ‘Libertad Digital’ del 16-8-18, Y, siendo así, viene a ser como si despertara de un sueño provocado por circunstancias ajenas, del cual despierta para entrar en el dulce caminar del pensar consciente y cognitivo. No parece tan mal así visto. Y abundan los ejemplos de los pensadores evolutivos que abarcan desde los grandes filósofos hasta Unamuno, quien afirmaba que, ganara quien ganara la guerra civil, Franco o Azaña, se convertiría en dictador perpetuo a ser posible. También aseguraba, en una carta a Ganivet de 1898, que «las naciones están destinadas a desaparecer» y eso que él era vasco, y eso pesaba mucho.
¿Y, cual era la solución que proponía Unamuno? Pues ausentarse para no verlo, como hizo Chaves Nogales. Es decir, que cuando se produce la deriva ideológica y el político deviene intelectual, prepárense los intelectos libres a tomar las de Villadiego. Porque la generación del cronista ya puede aportar ejemplos suficientes de países enteros con cuyas revoluciones estuvimos, que ahora lucen talla de dictadorazos o dictadorzuelos, una vez apropiados de todas las ideas y aplicando aquellas que convienen a sus bolsillos.
Ergo la deriva, en política, es una enfermedad endémica del pensamiento humano para la cual no se conoce remedio. Así que, lo que queda es cambiar la súplica: No disparen al columnista. Y pedir a la sociedad civil que se esmere a la hora de elegir en las votaciones. Porque ella, la sociedad es la que decide siempre. Como confiesa Martín Villa a Vázquez Montalbán en una entrevista: «La transición no nos la inventamos nosotros (los políticos). Se había producido en la sociedad».
«Cuando un político cambia de ideas se convierte en un intelectual», afirma H. Vázquez Rial en ‘Libertad Digital’ del 16-8-18, Y, siendo así, viene a ser como si despertara de un sueño provocado por circunstancias ajenas, del cual despierta para entrar en el dulce caminar del pensar consciente y cognitivo. No parece tan mal así visto. Y abundan los ejemplos de los pensadores evolutivos que abarcan desde los grandes filósofos hasta Unamuno, quien afirmaba que, ganara quien ganara la guerra civil, Franco o Azaña, se convertiría en dictador perpetuo a ser posible. También aseguraba, en una carta a Ganivet de 1898, que «las naciones están destinadas a desaparecer» y eso que él era vasco, y eso pesaba mucho.
¿Y, cual era la solución que proponía Unamuno? Pues ausentarse para no verlo, como hizo Chaves Nogales. Es decir, que cuando se produce la deriva ideológica y el político deviene intelectual, prepárense los intelectos libres a tomar las de Villadiego. Porque la generación del cronista ya puede aportar ejemplos suficientes de países enteros con cuyas revoluciones estuvimos, que ahora lucen talla de dictadorazos o dictadorzuelos, una vez apropiados de todas las ideas y aplicando aquellas que convienen a sus bolsillos.
Ergo la deriva, en política, es una enfermedad endémica del pensamiento humano para la cual no se conoce remedio. Así que, lo que queda es cambiar la súplica: No disparen al columnista. Y pedir a la sociedad civil que se esmere a la hora de elegir en las votaciones. Porque ella, la sociedad es la que decide siempre. Como confiesa Martín Villa a Vázquez Montalbán en una entrevista: «La transición no nos la inventamos nosotros (los políticos). Se había producido en la sociedad».