La cabina de la diversidad

07 de Diciembre de 2021
Con 25 pesetas y un poco de maña, tenías vía libre desde elteléfono azul para descoser palabras un ratito con alguien que estaba al otro lado del hilo metálico que las transportaba. No era demasiado amable el terminal cuando el importe bajaba y regalaba un sonoro pitido para anunciar el cierre de la conversación, a veces tan cortante que se te escapaba un fétido improperio como rabioso fin de la cita. Bajo un tejadito recoleto, sostenido por paredes de cristal de medio cuerpo, la cabina se convertía en un rincón íntimo y acogedor.Sorteaba la lluvia y permitía un aislamiento medio de las conversaciones externas para centrarse en las otras. Era la hermana menor de la cabina casa,con puerta de cristal en abanico que alguna vez se convirtió en solución habitacional temporal. Ahora no hay ni pesetas ni cabinas. Las hemos asesinado con la ansiedad de tener en el bolsillo un mundo que se abre desde un teléfono que no se alquila y que guarda todos nuestros secretos, pensamos. Lo es todo, también policía... y ladrón. Y no hemos visto como sepultaban esos recunchos que la ciudad regalaba para perpetrar conversatorios íntimos, en la catarsis del recuerdo. Pero queda una aún. La «cabina de la diversidad», que Flores del Sil ha querido conservar, tal vez desde el olvido de quien la colocó, dándole una segunda vida. Ahora la cabina de Flores es museo de las fotografías del barrio, de los mensajes de ánimo de los niños en pandemia, es hogar de poesía.... Es un espacio para entregar y unir, y tal vez, recuperar ese sentido de la comunicación que un día abrió Telefónica viendo en ello un cielo azul de negocio. La diversidad entra en la cabina navideña ponferradina pidiendo deseos escritos e ir más allá de un hola volandero, a sabiendas que fue precisamente en una moneda y en una cabina de teléfonos donde acabó la sociedad de roce que tanto echamos de menos. Ese fue el inicio, la pandemia, fue el final.