11 de Julio de 2017
En estas últimas semanas algunos que ya vamos siendo mayores hemos tenido la oportunidad de refrescar la memoria con ocasión de significativos aniversarios. Así, por ejemplo, al cumplirse los cuarenta años de las primeras elecciones democráticas después de la guerra civil o en el vigésimo aniversario del secuestro y liberación de Ortega Lara y del vil asesinato de Miguel Ángel Blanco, se han agolpado en la mente numerosos recuerdos. A veces, ingenuamente, pensamos que nuestros niños y jóvenes, o incluso no tan jóvenes, han vivido y conocen estas experiencias. Pero en realidad es como si a nosotros nos hablaran de Maura, Pi y Maragall o Largo Caballero. A duras penas podemos enterarnos de algo si con paciencia acudimos a los libros de historia. Y, sin embargo, esta memoria histórica es fundamental para poder entender el presente. Lo triste es que la única memoria histórica que conocen las jóvenes generaciones es la versión manipulada y simplista de los tiempos de la Segunda República, de la Guerra Civil, del franquismo o de la transición. Ni los tiempos de la República fueron idílicos, ni nuestra infancia de los años cincuenta era tan negativa como algunos piensan. No teníamos ni la décima parte de cosas que tienen los niños de hoy, pero necesitábamos muy poco para ser felices.

No es casualidad que la transición del franquismo a la democracia fuera tan ejemplar y pacífica, sino que el pueblo tenía unas sólidas bases de madurez, generosidad y sentido común que nada tienen que envidiar a la mentalidad de las nuevas generaciones. No obstante también había gente mala e insensata, capaz de justificar crueldades como tener enterrado en vida durante más de quinientos días a Ortega Lara o descerrajar la vida de Miguel Ángel Blanco, sordos al clamor popular que inundaba nuestras calles pidiendo su liberación. Lamentablemente en la actualidad bastante más de cinco millones de personas en España votan a personajes incapaces de condenar esta crueldad y violencia, dispuestos a destruir todo lo conseguido en España durante los últimos cuarenta años para meternos en una nueva dictadura, mucho peor que la que se vivió antes de la llegada de la democracia.

No sabemos si será debido a la falta de la buena memoria histórica o si a la resurrección de los odios y mentiras que creíamos felizmente superados, pero lo cierto es que hace falta una buena pedagogía que desenmascare a esa legión de vividores y demagogos que, de hacerles caso, nos pueden llevar a la ruina.