Homo sapiens, Homo videns, Homo insipiens

José Luis Gavilanes Laso
31 de Mayo de 2016
Dijo el desventurado capitán Fermín Galán, desdichado impulsor de la II República, que los fundadores del derecho quisieron darle vida estable a la libertad, y para ello cimentaron legalmente ‘su’ libertad sobre una base de propiedad. Libertad y propiedad se complementan de tal modo que quien tiene propiedad tiene libertad y quien nada posee pasa a ser esclavo.

¿Qué diría Fermín de los tiempos que corren? Llegados a la desmesurada ansia ‘tener’ sobre el ‘ser’; liberado el ciudadano, en una gran parte, de la escasez y las carencias (estómago tranquilo, hogar caliente y derroche en el calzar y en el vestir); liberado de la religión (conventos y seminarios semivacíos y el seglar que no cree ya ni siquiera en lo evidente); liberado de la ideología (todos aspirando a burgueses); entonces, ¿de qué se es el hombre hoy más esclavo en un mundo en que a pesar de estar mejor asentado e informado, no entiende nada de lo que ocurre?

Según Giovanni Sartori, premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales 2005 (Homo videns. La sociedad teledirigida, libro escrito, según el autor, con la intención de provocar), del homo sapiens hemos pasado al homo videns, esto es, de la preponderancia de lo visible sobre lo inteligible, lo cual nos lleva a un ver sin entender, del ciudadano medio dominado por los aparatos emisores de imágenes: el televisor, el móvil, la tablet y la PlayStation. El postulado principal de la tesis de Sartori es que la televisión modifica radicalmente y empobrece el aparato cognoscitivo. Se dice, en una engañosa hipérbole, que una imagen vale más que mil palabras; pero, a la vez y desgraciadamente, las evita. Porque la televisión modifica la naturaleza misma de la comunicación, pues la traslada del contexto de la palabra (impresa o radiotransmitida) al contexto de la imagen. La diferencia es radical, porque la palabra es un «símbolo» que se resuelve en lo que significa, en lo que nos hace entender. Y entendemos la palabra sólo si conocemos la lengua a la que pertenece; en caso contrario es letra muerta, un signo o un sonido cualquiera. Por el contrario, la imagen es pura y simplemente representación visual. La imagen se ve y eso es suficiente; y para verla basta con poseer el sentido de la vista, basta con no ser ciegos. La imagen no se ve en español, chino, árabe o inglés, se ve y es suficiente. La televisión no es un anejo; es sobre todo una sustitución que modifica sustancialmente la relación entre entender y ver. De acuerdo con esta tesis, la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens. No es sólo instrumento de comunicación, es también un medium que genera un nuevo tipo de ser humano. Esta tesis se fundamenta, como premisa principal, en el puro y simple hecho de que nuestros niños ven la televisión y los juegos electrónicos durante horas y horas, antes de aprender a leer y a escribir. Y el niño formado en la imagen es un niño que no lee, y, por tanto, la mayoría de las veces, es un ser «reblandecido por la televisión», adepto de por vida a los videojuegos. Al principio ya no será la palabra, sino la imagen. Es verdad que la televisión estimula, es un paso adelante, un progreso indudable; pero es, también, una regresión, porque empobrece la capacidad de entender. Pros y contras, tesis y antítesis; ¿y cuál será la síntesis? En cualquier caso, el lado positivo de la televisión se encuentra con otra desventaja que la empobrece definitivamente frente a la palabra: el hecho de que casi todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en “palabras abstractas” que no tienen representación en cosas visibles y cuyo significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes. La televisión produce imágenes y anula los conceptos, de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra facultad de entender, aunque no llegue a bloquearla por entero. Si, como vemos, desgraciadamente, las preferencias como videntes se concentran en programas triviales de morbo, famoseo y exacerbación deportiva –que tienen en común la distracción sistemática de los problemas que mas les afectan–, es porque las cadenas televisivas han producido ciudadanos que, bien por causa de oferta interesada o bien por la demanda del ciudadano, no saben nada o no quieren saber nada de lo demás, y de este modo resultan más vulnerables a intereses no precisamente beneficiosos para el desarrollo de su capacidad intelectual. Y de la televisión pasamos a otra moda aún más contemporánea y revolucionaria: internet. El problema es si internet producirá o no un crecimiento cultural. En teoría debería ser así, pues quien busca, por ejemplo, el remedio casero para mitigar el flato o la frase final de la película Con faldas y a lo loco, el Google se lo proporciona mejor que una enciclopedia. La cuestión es qué número de personas utilizan internet como instrumento de conocimiento. El obstáculo, durante este largo camino, es que el niño de tres o cuatro años se inicia con la televisión y prosigue con la tablet. Por lo tanto, cuando llega a Internet su interés cognoscitivo no está sensibilizado para la abstracción. Se dice, por contra, que el concepto es elitista, esto es, regresión; mientras que la imagen es democrática, o sea, progreso. A diferencia de los progresistas del momento, los progresistas del pasado nunca han fingido que no entendían que todo progreso de la democracia de auténtico poder del pueblo dependía de un demos «participativo» interesado e informado sobre política. Por eso, desde hace un siglo, nos estamos preguntando cuál es la causa del alto grado de desinterés y de ignorancia del ciudadano medio en asuntos políticos y culturales. Es una pregunta crucial, porque si no hay diagnóstico no hay terapia. La reducción de la pobreza y el fuerte incremento de la alfabetización no han mejorado gran cosa la situación. La educación en general no produce necesariamente efecto de arrastre alguno sobre la educación política y el interés cultural.

En definitiva, según la tesis de Sartori, la educación se ha ido deteriorando paulatinamente por: 1º, torpe pedagogía en auge; 2º, específicamente por el goce indiscriminado de la pantalla en sus variados instrumentos, que empobrece drásticamente la formación intelectual del ciudadano; 3º, el mundo en imágenes que nos ofrece el vídeo desactiva nuestra capacidad de abstracción y, con ella, nuestra facultad de comprender los problemas y afrontarlos racionalmente.

La conclusión que conlleva necesariamente la tesis de Sartori, como una especie de ley de Malthus o de pesimismo tecnológico y racionalista apuntada ha tiempo por el médico y Premio Nobel francés Alexis Carrel (El hombre ese desconocido), es terrorífica. Teniendo en cuenta que los problemas de la humanidad cada vez serán más crudos y difíciles de resolver, paradójicamente nacen hombres peor preparados y contrariamente orientados y, en consecuencia, con menor capacidad que sus antecesores para resolver las dificultades que se le presentan. Del homo sapiens llegamos al homo insipiens (irracional, necio, insensato), pasando por el homo videns. Aunque los pobres de mente y de espíritu han existido siempre, la diferencia es que en el pasado no contaban –estaban neutralizados por su propia dispersión– mientras que hoy se multiplican y se potencian. Un hombre que pierde la capacidad de abstracción es ipso facto incapaz para la racionalización y es, por tanto, un animal simbólico que ya no tiene aptitud para sostener y menos aún para alimentar el mundo construido por el homo sapiens.