¿Muerte por hambre, o muerte por frío? Es la alternativa que les propone Putin, el ruso, a la entrada del invierno, a los habitantes de la franja de Ucrania invadida por los tanques del Comunista más universal. Unas gentes machacadas por la continua construcción y deconstrucción de esta Europa que no acaba de consolidares como lo que es, esa zona del mundo mundial en la que el ser humano ha llegado a mostrar su mejor cara, tal vez.
Nunca habíamos visto tan ‘de cerca’ los desastres de la guerra como hoy día con los medios de que disponemos, impensables antes, y que nos permiten casi presenciar en directo los socavones, los edificios derruidos, el llanto de los damnificados, y la explosión de los drones suicidas en medio de la multitud. Y observar los rostros despavoridos de la gente que lo ha perdido todo menos la dignidad.
Solo les faltaba el frío. Este frío glacial. Ese frío que se mete en alma y envuelve como un caimán. Como cuando entonces los aprendices de poetas leíamos al maestro Gamoneda y su ‘Libro del frío’ aquel que ahora se vuelve a reeditar. El poeta que ahora exclama: «¡Yo he dejado de ser yo y empezado a ser otro tantas veces!» ha declarado nuestro insigne leonés, que en ya los 90 de su edad, continúa dándonos ejemplo de belleza literaria y de honestidad personal.
Algo de lo que carece el mencionado ruso, imitador de aquel gran Potemkin, el amante de Catalina la Grande y su cómplice en la rebelión contra el infeliz y cornudo Pedro III, a quien arrebataron el lecho y el trono en 1762. Potemkin, conquistador de Crimea y fundador de la ciudad de Jerson, y cuyos restos han sido robados de la catedral de Santa Catalina por los invasores, y llevado el contenido de museos, bibliotecas y zoos, a presencia de Putin, el Gran Conquistador.
Un conquistador que, sin duda, y por este solo hecho ya pasará a la historia, lo mismo que nuestro presidente Pedro Sánchez por sacar de su tumba al mismísimo Franco, nuestro último dictador. Pero, mientras tanto, la única elección que les deja a los ucranianos, en el comienzo de este tiempo de frío helador, es elegir su modo de muerte, si la eligen por frío o por desesperación.
Y cuando todo haya terminado tal vez reúna en uno de esos salones grandes y vacíos a su gente para ordenarles que utilicen el método ‘PuebloPotemkin’, que consiste en construir tan solo las fachadas de los edificios a lo largo de las grandes avenidas para que el mundo pueda comprobar la eficacia de su gestión.
Nunca habíamos visto tan ‘de cerca’ los desastres de la guerra como hoy día con los medios de que disponemos, impensables antes, y que nos permiten casi presenciar en directo los socavones, los edificios derruidos, el llanto de los damnificados, y la explosión de los drones suicidas en medio de la multitud. Y observar los rostros despavoridos de la gente que lo ha perdido todo menos la dignidad.
Solo les faltaba el frío. Este frío glacial. Ese frío que se mete en alma y envuelve como un caimán. Como cuando entonces los aprendices de poetas leíamos al maestro Gamoneda y su ‘Libro del frío’ aquel que ahora se vuelve a reeditar. El poeta que ahora exclama: «¡Yo he dejado de ser yo y empezado a ser otro tantas veces!» ha declarado nuestro insigne leonés, que en ya los 90 de su edad, continúa dándonos ejemplo de belleza literaria y de honestidad personal.
Algo de lo que carece el mencionado ruso, imitador de aquel gran Potemkin, el amante de Catalina la Grande y su cómplice en la rebelión contra el infeliz y cornudo Pedro III, a quien arrebataron el lecho y el trono en 1762. Potemkin, conquistador de Crimea y fundador de la ciudad de Jerson, y cuyos restos han sido robados de la catedral de Santa Catalina por los invasores, y llevado el contenido de museos, bibliotecas y zoos, a presencia de Putin, el Gran Conquistador.
Un conquistador que, sin duda, y por este solo hecho ya pasará a la historia, lo mismo que nuestro presidente Pedro Sánchez por sacar de su tumba al mismísimo Franco, nuestro último dictador. Pero, mientras tanto, la única elección que les deja a los ucranianos, en el comienzo de este tiempo de frío helador, es elegir su modo de muerte, si la eligen por frío o por desesperación.
Y cuando todo haya terminado tal vez reúna en uno de esos salones grandes y vacíos a su gente para ordenarles que utilicen el método ‘PuebloPotemkin’, que consiste en construir tan solo las fachadas de los edificios a lo largo de las grandes avenidas para que el mundo pueda comprobar la eficacia de su gestión.