Estereotipo pocoyó

17 de Abril de 2022
Conviene ajustarse a un estereotipo, responder a un modelo que se nos atribuye de entrada, sin preguntar, ya sea por origen, condición o apariencia. Si no lucimos ese código de barras siempre habrá alguien que nos acuse de extravagancia, desapego y hasta de apostasía. Imposible no ser de (rellene este espacio a elección). Faltaría más. Qué absurdo.

Así el caribeño saleroso y bailón, el bonaerense logorreico y psicoanalítico, el taciturno y melancólico lusitano, el chispeante andaluz o los catalanes industriosos. Apenas podría usted encontrar (o sea, imaginar) un gallego axiomático, un vasco indolente o ¿un riojano abstemio? Si lo hubiera, se cerniría sobre él o ella la sospecha de antiguos y oscuros antepasados que pudieran no estar a la altura de obligación tan aborigen. El mito de los caracteres nacionales se ha aliado y sobrepuesto a la exaltación de identidades locales –¡y autonómicas!– de manera que hoy día se complica hacerse un hueco fuera de ellas.

Ítem más. El leonés, por ejemplo, debe ser buen comedor y bebedor, de ingenio algo áspero y afilada socarronería, amante superlativo de su tierra y sus rincones aunque, empero, crítico con ella y cuanto le acontece o la puebla. Ay, sin embargo, de quien efectúe tales murmuraciones sin tener partida de nacimiento acreditada, ay de quien la ponga en solfa sin ser –esa licencia de corso– de aquí.

Es trabajoso atenerse al molde. El leonés, por ejemplo, exige celo en la apostura y ansia de averiguación acerca de cuantas glorias pasadas y fracasos presentes deban cantarse en cada ocasión. Saberse un himno, la lista de reyes medievales, la de las cofradías y sus pasos, la de dichos y giros lingüísticos de añeja usanza, las tapas de los bares… Fatiga ser fiel a un patrón, sobre todo si se complica y completa cada día con nuevas y variopintas tradiciones, seculares y de las otras. Aunque habrá quien proteste: en el mismo momento en que uno pretende ser un buen leonés, un leonés mejor, se está dejando un poco de serlo: la autenticidad se antoja irreflexiva, instintiva. Como ser zurdo. O rubio.

En su ayuda hay controles de gálibo por todas partes y obligaciones en cada esquina. Si no aprecias la Semana Santa, te persigue por la calle. Si no saboreas el medievo como merece, toma placa o estatua rememorativas. El indigenismo oficial estrecha el cerco. Piensa uno que es más trabajoso resistirse al molde que adaptarse. Trabajo no falta en cada afán.

Siendo de un sitio oficial, muy español y mucho español por poner otro ejemplo de cercanías, se empieza a apocar uno, limita sus elecciones a las disponibles en el catálogo de la españolidad, tan de moda ahora. Ritos, costumbres, ancestralidades de varia condición y un clamor grupal que lo envuelve todo se dan por supuestos al ciudadano que nace, crece y se reproduce «como es debido» en un lugar que no escogió. Determinado por tales determinaciones, acaba por alumbrar un yo menor, un pocoyó.