Los bares –cantinas, tascas, ambigús, teleclus, garitos, tienda-bar e incluso pubes sin camarero que haga coctails– son el Mejor Centro de Interpretación de la Vida y sus Circunstancias, allí, debajo de la marca que deja en el mostrador el vino toro que se arrama, está escrita la vida y lo demás son «pijadinas de poca índole», que diría el maestro An G. Lillo, «boñiquero a extinguir para servirle».
Fíjate, sin ir más lejos, que hay que volver y menudo precio tiene la gasolina. El otro día se puso la cosa a modo, como que quería nevar de verdad, y recién abiertos los bares se planteaba si la presunta nevada venía en mala época, si había miedo con ella, si cómo nos íbamos a arreglar si la cosa se metía en falampos y nos la apretaba gorda, es un decir, medio metro de nieve o, como decía el capataz de la linea del tren de Busdongo «nevó una cacha y un cacho más. Si no para, mañana hay más». Pero paró.
Estaba en el bar la niña Haya, que no tenía escuela aquel día y le pidieron su opinión sobre la nevada, al margen de que les parece bien a los rapaces porque no hay escuela.
- ¿Y tú Hayina,qué te parece lo de la nevada, tienesmiedo?
- Yo, mientras tenga datos en el móvil para poder jugar que caiga lo que quiera.
Gerardo El Japonés, que es de aquí por raro que parezca con ese apodo y estaba al quite, cayó en la cuenta de cómo cambia la historia con el paso de los años. Y al margen que las nevadas de entonces igual tenían a un cura 15 días sin enterrar y lo dejaban por la noche entre la nieve en el corral para que no se corrompiera resulta que cuando empezaba a caer de verdad a nadie le preocupaban los datos, sino los arcones con la comida, que estuvieran llenos de la reciente matanza. Y recordó el ruego de entonces: «Andan diciendo los ricos que se van a joderlos pobres, pero en sacando las patatas y en matando los castrones... que nos toquen los cojones».
Yo, si os digo la verdad, quedarme sin datos no me preocupa mucho, «en matando los castrones».
Fíjate, sin ir más lejos, que hay que volver y menudo precio tiene la gasolina. El otro día se puso la cosa a modo, como que quería nevar de verdad, y recién abiertos los bares se planteaba si la presunta nevada venía en mala época, si había miedo con ella, si cómo nos íbamos a arreglar si la cosa se metía en falampos y nos la apretaba gorda, es un decir, medio metro de nieve o, como decía el capataz de la linea del tren de Busdongo «nevó una cacha y un cacho más. Si no para, mañana hay más». Pero paró.
Estaba en el bar la niña Haya, que no tenía escuela aquel día y le pidieron su opinión sobre la nevada, al margen de que les parece bien a los rapaces porque no hay escuela.
- ¿Y tú Hayina,qué te parece lo de la nevada, tienesmiedo?
- Yo, mientras tenga datos en el móvil para poder jugar que caiga lo que quiera.
Gerardo El Japonés, que es de aquí por raro que parezca con ese apodo y estaba al quite, cayó en la cuenta de cómo cambia la historia con el paso de los años. Y al margen que las nevadas de entonces igual tenían a un cura 15 días sin enterrar y lo dejaban por la noche entre la nieve en el corral para que no se corrompiera resulta que cuando empezaba a caer de verdad a nadie le preocupaban los datos, sino los arcones con la comida, que estuvieran llenos de la reciente matanza. Y recordó el ruego de entonces: «Andan diciendo los ricos que se van a joderlos pobres, pero en sacando las patatas y en matando los castrones... que nos toquen los cojones».
Yo, si os digo la verdad, quedarme sin datos no me preocupa mucho, «en matando los castrones».