El prefijo 'RE' y las 'RErrurales'

13 de Julio de 2018
Todo empezó con un tuit. María Sánchez, poeta y veterinaria cordobesa –o viceversa– escribió: «Una vez más, una antología de ‘poetas de campo’ donde no aparece ni una sola mujer. De nuevo, siempre la historia del medio rural contada desde fuera y por la voz masculina. A esto me refiero cuando hablo de que necesitamos otra narrativa para nuestro medio rural». Me crucé con ese tuit de casualidad y me puse a investigar. Resulta que se acaba de publicar una antología de poetas titulada ‘Neorrurales. Antología de poetas de campo’. Solo hombres. A María Sánchez le ofrecieron participar. Adujo: «No quería formar parte de una antología donde no aparecen mujeres ni donde no se rompe con esta dinámica que tanto daño ha hecho y está haciendo al medio rural. No es cuestión de dar voz, la tenemos. Se trata de dar espacio a escritoras que sí escriben desde el medio rural». No puedo estar más de acuerdo.

¿Qué sería del medio rural sin las mujeres? Sin las mujeres que trabajan y crean y repiensan y se replantean. El prefijo ‘RE’ es un prefijo ‘REvolucionario’ y un prefijo en femenino. ‘REdefinir’ lo que estaba escrito. Lo que habían escrito o contado mayoritariamente los hombres.

‘RErrurales’ y no, ‘NEOrrurales’, palabra que me ‘REpele’ profundamente.

Para los que venimos de pueblo, de abuelos labradores, todo esto del Neorruralismo nos suena absurdo, ‘kitsch’, impostado. Nadie habla de cuando se te muere una oveja de mamitis, de cuando te encuentras vertederos en medio del campo, de las broncas por la concentración parcelaria, de la botritis que se come las viñas. El Neorruralismo es la idealización de un mundo que agoniza. Un sentimiento muy propio del Romanticismo: enamorarse de las ruinas.

Pues no. El campo vive y late y quiere salir adelante. No hay que describirlo desde el tremendismo ni desde el romanticismo. El campo, la vida en el campo, es eso: vida. Con su suciedad y su polvo, con su luz y sus raras alegrías. Y las mujeres podemos contarlo con fuerza sorprendente. Porque siempre hemos estado ahí: sobre todo en la suciedad y en el polvo.

Y es verdad lo que dice María Sánchez: el medio rural necesita voz propia y no voces ajenas. Y necesita voces de mujer. Voces capaces de decir como la suya: «Quiero seguir el camino que hace un animal al morir. Tocar el trayecto difícil de la agonía en sus párpados. Pies en el lomo, voz en uno de los estómagos. Ellos me hablan como a un hombre. Ellos esperan de mí lo que esperan de un hombre.

Pero yo sangro. Animal o mujer: hecha de sueño y lágrimas».