El corazón amarillo

12 de Enero de 2015
Siempre, pero en alimentación más, me ha gustado apostar por la calidad. Y una Indicación Geográfica Protegida, una Denominación de Origen o cualquier otro distintivo como los Productos de León o la marca Tierra de Sabor son marchamos que, en principio y mientras el descaro no supere a la avaricia, el consumidor debe interpretar como una garantía. Evidentemente, también hay productores que se embarcan solos en una aventura y son capaces de alcanzar la excelencia sin colocar más logotipo que el suyo, porque la clientela no es tonta; pero en un momento en el que se distingue bastante bien lo bueno de lo corriente y de lo indecente, me parecen absurdos los reglamentos de unos y las pataletas de los otros.

Entiendo a los leonesistas que censuran que se junte en un mismo sello a los productos de lo que ellos llaman las tres provincias y a los producidos en Castilla, con imposición de ésta sobre el Reino. También entiendo a los que creen que después de treinta años ‘juntos’ es razonable agrupar a los productos agroalimentarios de cierta calidad en una marca que no todos los empresarios pueden poner por muy de Castilla y León que sean. Y también entiendo que se invite –no que se imponga– a los hosteleros a consumir productos de aquí, tanto por calidad y variedad como por sensatez y libertad para elegir. Pero lo que no entenderé es que un corazón amarillo en el envase –que no se come– sea motivo para empezar a rechazar un buen producto.