Día de dos amaneceres

25 de Marzo de 2020
Dormidos mis gatos parecen solo pieles depositadas sobre el sillón. Yo contemplo el tornasolar del cielo hacia el día escuchando el canto de un mirlo. Y cavilo. Cavilo para templar humores, para alejar rabias, para acallar blasfemias, para explicarme a mí mismo por qué, salvo por prescripción facultativa para reparar algún trastorno o dolencia, no soy amigo de genéricos; por qué no me siento ni declaro de aquí o de allá, ni nada de nada. Porque cuando escucho o leo una alabanza asignada a alguna generalidad me voy raudo a las excepciones conocidas; pues, por más que se diga que estas confirman la regla, eso no las priva de colarse cual virus en el mismo genérico, infectarlo y dañarlo. Con esas excepciones, pocas o muchas, prefiero mantener la mayor distancia posible, no tener nada en común. ¡Nada! Bastante tengo con la gestión de mi humanidad, con la responsabilidad de mis propios actos.

Cómo querer tener algo en común con quien acumula en plena pandemia miles de unidades de mascarillas cuando sabe que, mientras él las retiene, miles de conciudadanos que a todos nos protegen a la cabeza del riesgo carecen de ellas. Y no me refiero solo al insolvente patrón, sino también a quienes, sabiendo, guardaron colaborador silencio. ¿Qué estaban caducadas? Otra cosa, me temo, les caducó a todos ellos hace ya tiempo. ¿Cuándo caducará la indecente especulación?

Y como no soy amigo de calificaciones genéricas, no se me ocurre pensar ni dudar de la calidad e incluso calidez de todo el sector, privado y público, de las residencias de ancianos. Pero ya vemos que también él cuenta con excepciones. Perseguibles y condenables excepciones que deberían conocerse con detalle cuanto antes por el bien de los ancianos, de sus familias y, obviamente, del sector y sus trabajadores. Porque no lo olvidemos, fueron miembros de la UME quienes se encontraron con el dantesco panorama que muchas personas, patrones y trabajadores, silenciaban. No ceje la fiscalía en su investigación, la precisan la dignidad humana, que no es valor de mercado, y la propia estima de la ciudadanía.

Atardecerá y, sin embargo, me volverá a amanecer. Abriré la ventana para aplaudir a todos los que desde miles de riesgos nos posibilitan resistir este asedio y saludaré a quien no sé si es niño o niña que me saludará desde los brazos de sus padres y volveré a pensar que, ¡también!, por ese sol en la oscuridad y la distancia merecen la pena la cuarentena y las palabras.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. ¡Venceremos!