Manuel Martín Martínez se nos ha ido y Gamonedacumple 90 años. Los dos formaron parte de aquellos leoneses de la generación anteriorcon los que tanto aprendiera el cronista en sus mocedades y a los que tan agradecido ha estado siempre. El contacto se produjo alrededor de Claraboya, aquella revista de poesía que duró entre los años 63 y 68 y en cuyo proyecto participaron los dos mencionados de alguna forma, Martín con sus fotos y Gamoneda con sus poemas.
Gamoneda nos entregó sus poemas que aparecieron el número 4, abril-marzo 1964 y el primero ‘De textos sobre poesía’ comienza: «Por si el canto, el poema, / valen, en estos casos, / como aquello que hace / un hombre que se hunde / pero aún es capaz/ de apretar vuestra mano/ con una extraña fuerza, / voy a escribir. Ejerzo/ mi libertad: cantar/ cuando siento la boca/ dura y las entrañas/ secas y silenciosas./ ….La poesía ya solo/ es conciencia que canta…»
Manuel Martín hizo su primera entrega para el número 13, enero-febrero, 1967 donde aparecen Agustín Delgado y Luis Mateo Díez en unas instantáneas que se han ido repitiendo como unos iconos de los dos genios amigos. Y en el número siguiente, 14, marzo-abril 1967, aparecería esa foto de la silueta de un hombre sobre la ciudad que se ha convertido en un icono de aquel momento en el que llegaba a nosotros la ‘poesía beatnik’ con todo su furor. Y Allen Ginsberg cantaba: «El peso del mundo es amor. / Bajo el fardo de soledad, / bajo el fardo de insatisfacción, / el peso. / el peso que llevamos es amor».
En ellos y en el inefable Don Antonio González de Lama, solíamos buscar los nutrientes para regar aquella planta que sentíamos crecer en nuestro interior y que el desaparecido Agustín Delgado, el ideólogo del grupo, solía dibujar con las palabras en la revista a través de sus seudónimos (José Ángel Lubina) abriendo todas las posibilidades y huyendo de la realidad. Así fue como fuimos tratando de aprender de ‘nuestros mayores’ leoneses que siempre, Antonio Pereira también, se mostraron benevolentes con nosotros y comprensivos con aquella aventura de aprendizaje literario que nos ha llevado por territorios, a veces inexplorados, y conectar con los demás escritores del grupo leonés (Merino, Aparicio, Torbado, etc) con los que sintonizamos y de los que tanto llegamos a aprender.
«Va a hacer diecinueve años/ que trabajo para el amo./ Hace diecinueve años que me da la comida/ y todavía no he visto su rostro», decía entonces allí Antonio Gamoneda, de su ‘Blues castellano’ que tantos sinsabores le acarreó.
Gamoneda nos entregó sus poemas que aparecieron el número 4, abril-marzo 1964 y el primero ‘De textos sobre poesía’ comienza: «Por si el canto, el poema, / valen, en estos casos, / como aquello que hace / un hombre que se hunde / pero aún es capaz/ de apretar vuestra mano/ con una extraña fuerza, / voy a escribir. Ejerzo/ mi libertad: cantar/ cuando siento la boca/ dura y las entrañas/ secas y silenciosas./ ….La poesía ya solo/ es conciencia que canta…»
Manuel Martín hizo su primera entrega para el número 13, enero-febrero, 1967 donde aparecen Agustín Delgado y Luis Mateo Díez en unas instantáneas que se han ido repitiendo como unos iconos de los dos genios amigos. Y en el número siguiente, 14, marzo-abril 1967, aparecería esa foto de la silueta de un hombre sobre la ciudad que se ha convertido en un icono de aquel momento en el que llegaba a nosotros la ‘poesía beatnik’ con todo su furor. Y Allen Ginsberg cantaba: «El peso del mundo es amor. / Bajo el fardo de soledad, / bajo el fardo de insatisfacción, / el peso. / el peso que llevamos es amor».
En ellos y en el inefable Don Antonio González de Lama, solíamos buscar los nutrientes para regar aquella planta que sentíamos crecer en nuestro interior y que el desaparecido Agustín Delgado, el ideólogo del grupo, solía dibujar con las palabras en la revista a través de sus seudónimos (José Ángel Lubina) abriendo todas las posibilidades y huyendo de la realidad. Así fue como fuimos tratando de aprender de ‘nuestros mayores’ leoneses que siempre, Antonio Pereira también, se mostraron benevolentes con nosotros y comprensivos con aquella aventura de aprendizaje literario que nos ha llevado por territorios, a veces inexplorados, y conectar con los demás escritores del grupo leonés (Merino, Aparicio, Torbado, etc) con los que sintonizamos y de los que tanto llegamos a aprender.
«Va a hacer diecinueve años/ que trabajo para el amo./ Hace diecinueve años que me da la comida/ y todavía no he visto su rostro», decía entonces allí Antonio Gamoneda, de su ‘Blues castellano’ que tantos sinsabores le acarreó.