Con particular sensibilidad

14 de Enero de 2018
Sepan, a los efectos oportunos, que esta columna glosó el domingo pasado la historia (en su cincuentenario) de Cosamai, en Astorga, y de su origen en la matriz de la fe cristiana de la diócesis de Astorga. Este apunte se debe a la ausencia del periódico a causa del corte de carretera por la nieve. Sigamos con otro cincuentenario: el de la apertura en León del Hospital de San Juan de Dios, mecida en la cuna de la Orden Hospitalaria que fundó aquel loco seglar que, en Granada, pasó teniendo a «los pobres, los huérfanos y los vergonzantes» como la niña de sus ojos y con la preocupación y la ocupación por humanizar el trato con los desvalidos, objetivo que sigue ardiendo en el corazón y en las manos de los religiosos que viven hoy aquel carisma.

Otra cosa. Hoy mismo la Iglesia celebra la Jornada de los Emigrantes y Refugiados. En ella tiene especial responsabilidad Mons. Juan Antonio Menéndez, obispo de Astorga, por ser presidente de la Comisión específica en la Conferencia Episcopal. Para dar vida a este día ayer hubo una convivencia en Astorga, moderada por la nueva Delegación de Pastoral de Migraciones y Movilidad, y en esta misma tarde en León habrá mesa en la parroquia de La Anunciación y Misa, que presidirá el obispo don Julián López, en la de San Francisco de la Vega, ambas ubicadas en la zona del Crucero, donde vive el mayor número de extranjeros. El papa Francisco, nieto e hijo de emigrantes, con particular sensibilidad hacia estos fenómenos sociales nos invita en este día y para siempre a conjugar cuatro verbos con relación a este tipo de personas: acoger, proteger, promover e integrar.

Y otro añadido, que me parece obligado, aun a costa de convertir este espacio en un obituario permanente de sacerdotes. Pero nobleza obliga y más cuando se encabalgan unas esquelas con otras. En lo que va de enero hemos despedido en León a D. Argimiro Alonso, canónigo y párroco que fue (‘el párroco’) de San Martín; él había ido elaborando el fichero más completo y vivo que uno se puede imaginar de las familias y las personas de su histórico barrio. A D. Esteban Lucidio González, de corazón tan grande como su propia realidad física, uno de esos curas de los que te enorgullece decir que era un santo. Y a D. Vidal Díez Villarroel, de la tierra levítica de Tejerina, empapado al final del carisma de la Orden Hospitalaria y que antes fue hombre de paz en el concejo de Gordón, a donde volvió anteayer a descansar junto a sus entrañables padre y hermana. Para ellos la gratitud y la Vida.