30 de Julio de 2017
Hace décadas que dimos por buena la especie de que los localismos, nacionalismos y separatismos constituyen la panacea de las regiones en las que se hacen fuertes. La idea, objetivamente destructiva para los intereses generales de todos los españoles, consiste en que en el juego de chantajes y presiones mediante el que se reparte el presupuesto y los cargos públicos, un territorio que no tenga una reivindicación nacionalista más o menos poderosa, no es nadie. Y así, a los nacionalismos vasco y catalán se sumaron toda clase de imitaciones a lo largo y ancho de la vieja España, lo que ya reflejaba con ironía aquella pintada que apareció en la ciudad vecina durante los años de la transición, que reivindicaba «una Benavente libre, independiente y con salida al mar».

Y en este juego, los distintos dialectos, modismos, hablas y lenguas que haya habido en cualquier rincón de España desempeñan un papel fundamental, y su promoción, o su reinvención, ha sido siempre un objetivo político de primer nivel suculentamente subvencionado.

Doña Concha Casado, que representa mejor que nadie la sincera pasión por las viejas tradiciones etnográficas, decía que era mucho mejor que se mantuvieran preservadas en la obra de los historiadores, que verlas artificialmente resucitadas y adulteradas por políticos e interesados. Seguimos, sin embargo, el camino contrario.

Me parecen obscenas las transcripciones (en muchos casos no se las puede llamar traducciones) que se han hecho en España de una obra de vocación tan universal como El Principito. Es necesario no haberla entendido en absoluto para perpetrar aberraciones como esa llamada Er Prinzipito, que se intentó colocar a los niños en las escuelas andaluzas. Una beh, kuando yo tenía zeih z’añiyoh, bi un dibuho mahnífiko, empezaba la obra. También nosotros tenemos El Prencipicu, en pretendido leonés.

Hace poco supe que Tintín había sido publicado en asturiano. En una viñeta, el capitán Haddock vocifera a una mujer árabe: ¿Podría falar asturiano como tol mundo? La anécdota representa perfectamente lo que trato de decir: es una traducción falsa, porque no es lo que escribió Hergé, soez porque se dirige a un público infantil, e innecesaria, porque los asturianos ya tienen a su propio Tintín, aquel Pinín, "rapaz de alma aventurera", que Alfonso publicó en un español-asturiano mucho más veraz y honrado.

Escriba cada uno en la fabla que le venga en gana, pero dejen en paz las obras ajenas y a los pobres niños, y a ser posible también la subvención. El presupuesto, eso sí, es de tol mundo.