29 de Junio de 2018
Hay frases que dan en la diana, que duran y perduran, tanto que, trascendiendo a su origen se hacen eternas. No sé si Fray Luis de León, cuando dijo ese «como decíamos ayer» era consciente de que iba a pasar a la antología de las frases hechas, pero me extraña que fuera casual, teniendo quien lo dijo y cómo y por qué lo hizo.

Porque Fray Luis de León, fraile agustino y teólogo dispuso de cátedra en la Universidad de Salamanca, la más antigua y prestigiosa, desde donde fue martillo de la vida y maneras del clero de entonces, lo que le granjeó la ojeriza y persecución de laicos y clérigos, especialmente los dominicos, por aquellos entonces dominadores de la Santa Inquisición. Estos, aprovechando la ascendencia judía del fraile y varios escritos y traducciones, le abrieron un proceso del que, si bien salió absuelto, no le evitó una estancia de casi cinco años en la cárcel, tras lo cual retornó a su cátedra de la Universidad de Salamanca.

Y, en ese regreso, en el primer día de su retomada clase, pronunció su famosa frase.

Y luego Miguel de Unamuno, aunque posiblemente ya de forma premeditada, y también en la Universidad de Salamanca, a la vuelta de su destierro en Fuerteventura, empezando su discurso con un idéntico «como decíamos ayer».

El caso es que, aquí y ahora, la frase viene al pelo.

En el 2014 se iniciaba el camino para la rehabilitación de la Plaza del Grano, salpicado de protestas y polémica. Ya en julio de aquel año escribí sobre la inconsecuencia de las protestas y las razones que se daban, cuando lo que se pretendía era básicamente reparar los desperfectos existentes, rehaciendo una actuación anterior, concretamente de 1986, que había recolocado el empedrado sobre una base que, al final, resultó inconsistente.

Pasó el proyecto todo tipo de filtros, siempre plagados de reticencias, hasta que se iniciaron las obras el año pasado rodeadas de más protestas y acusaciones como que se iba a poner de hormigón (algo que ciertamente ha proliferado y hecho fortuna en muchas rehabilitaciones de monumentos, no solamente aquí, también por esos mundos Dios), o que se iba a «destrozar nuestra Plaza del Grano».

Así que me pasé unas cuantas veces por allí, y me encontré, siempre, con grupos de protesta, que no sé si dormían allí, pero lo parecía. Eso hay que reconocérselo.

También me molesté en hablar con el autor del proyecto y los responsables municipales.

Y volví a escribir en octubre del 2017.

Por eso bien viene el «decíamos ayer». Con una corrección: dado que ni soy Fray Luis de León, ni tampoco Unamuno, ya quisiera yo, me conformaré con un «decía ayer».

Y ayer, entonces, decía que es un despropósito rasgarse las vestiduras porque «nos van a cambiar la plaza».

Para empezar, la pregunta sería: ¿Qué plaza?

Porque la plaza original, si es que nos ponemos a defender lo original, está muy por debajo de ésta, que es del siglo XVIII, y vaya usted a saber lo que hay allí. Por contar una anécdota, mi primer proyecto importante como arquitecto fue un edificio en la cuesta de las Carbajalas (el primero de verdad fue una tumba, vaya principio), al lado mismo de la plaza, y en el vaciado del solar para hacer un sótano, salió de todo: tejas, huesos, ramas, adobes, restos de incendios y hasta un pozo de agua, aparte de un buen susto porque, como es habitual en el barrio antiguo, en el que unas casas aguantan a las otras, hubo que apuntalar las colindantes.

Y para seguir: Si tomamos la plaza tal y como la hemos conocido, ¿puede decir alguien que lo hoy ejecutado ha violado la imagen que teníamos?

Cierto es que se han hecho algunas modificaciones, pero cualquiera que se dé un paseo por allí, desde luego que no tiene la sensación de que aquello sea otra plaza, tal y como pasó con la Catedral o San marcos. ¡Pero si es que hasta el andar por el empedrado es tan incómodo como antes!

Se han renovado los bordes de la misma y el entorno de la fuente, esa fuente que desde luego no estaba originalmente (está claro que su estilo no se corresponde con la iglesia), reforzando el perímetro de los árboles, grandes y hermosos que siempre serán un problema, pues sus raíces no dejaran de crecer y, por tanto, de horadar el subsuelo, subsuelo que se ha saneado para mejorar la evacuación de aguas, y, por supuesto, el empedrado, que se ha modificado en sus pendientes y desagüe, recebando, tal y como se dijo, con tierra y grama (ya las hierbecitas afloran por doquier).

Discutía, quizá mejor, hablaba, con Ana, una estudiante de arquitectura y amiga de antiguo, que por cierto dibuja más y mejor que yo, y me decía que no estaba de acuerdo.

Tengo que reconocer que, en estas actuaciones de renovación y limpieza, la primera impresión es como de inquietud, de que esto que estoy viendo no es lo que había, que me lo están cambiando.

Pero eso es lo que pasa siempre cuando se procede a la limpieza integral de un edificio, no solamente monumentos históricos, sino cualquier edificio, que, de pronto, al verlo claro y refulgente, sin toda la suciedad que sustentaba, parece artificial. Quién no ha pensado, al ver una de las muchas casas de la ciudad que se han limpiado y pintado, que el resultado no gusta, que se han pasado de color o que, simplemente, eso no estaba así.

Más de una vez me he preguntado qué pudieron opinar los que vivían en León, cuando, en el medio de la catedral, se construyó el transcoro, con piedra por fuera y madera por dentro, que luego se acristaló y cerró, en 1929, con un puerta-verja de bronce, por cierto obra del arquitecto Javier Cárdenas. Supongo que nada bonito. Pero ahí está hoy, en un estilo que nada tiene que ver con el original del edificio, y que, no nos engañemos, a nadie le llame la atención.

Puede pues que la plaza nos resulte más «perfecta». Claro, para algo es nueva, pero no se puede negar que, vista desde dentro, desde el medio del empedrado, la Plaza del Grano, la Plaza de Santa María del Camino, que es su nombre oficial, sigue siendo la Plaza del Grano.

Pero ahí está, contra viento y marea, después de años.

Y qué pena de tiempo perdido, porque, al final, lo ejecutado es lo proyectado por el arquitecto, con levísimas modificaciones en la anchura de las aceras, nada más.

Ahora solamente hay que esperar que esta sea la última actuación, con permiso de los árboles, que, por supuesto, van a seguir su trabajo diario de crecimiento de raíces.

En fin, no se puede dar gusto a todos, pero creo que hoy está a gusto de la mayoría.

En todo caso, ya lo decía(mos) ayer.

Ah! Y los vecinos, claves en esta historia, tan contentos.