18 de Enero de 2018
Cuando era joven, más joven, Konrad Lorenz, padre de la etología marcó mi camino. Leí su magnífico libro que lleva por título ‘Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros’. En él, y de manera sencilla, explicaba como acercarse al entendimiento del comportamiento de lo vivo que nos rodea. No analizaba a los animales como a iguales, pero sí que dejaba claramente manifiesto que solo desde el respeto hacia ellos se puede vivir con dignidad tu propia vida. Nació y murió en Viena, ya no está con nosotros, pero si lo estuviera bien nos vendría hoy para intentar explicar el modo de actuar de ese cobarde, pusilánime y cagón, que se ha comportado como una bestia, un acémila, bárbaro, bruto, cafre, patán, ignorante, zafio y desvergonzado, que ha sido capaz de disparar a dos ejemplares de cigüeña blanca en uno de los pueblos del alfoz leonés. Esta especie de ave siempre ha estado ligada a la actividad humana, siempre ha acompañado el desarrollo de pueblos y gentes, y siempre ha gozado de un respeto y tolerancia como pocas otras, o ninguna, ha tenido. Cuando el hombre se aleja de la naturaleza pierde su verdadera esencia y se convierte en un autómata que trabaja, come, caga y duerme. Este pudiera ser el resumen de la vida del energúmeno que se ha atrevido a mostrar un comportamiento indigno, vil, despreciable, abyecto y deshonroso, matando a esas cigüeñas. Si aún tuviéramos al Nobel etólogo con nosotros, quizás él fuera capaz de hablar con esa bestia y exprimir sus dos neuronas (más no tiene) y así entender como alguien puede ser tan cobarde como para apuntar y disparar como él lo ha hecho. Ahora vendrán las investigaciones, detenciones, recriminaciones y posibles sanciones, pero pronto olvidaremos el hecho de como éste y otros tantos matan y exhiben sus presas. Quienes matan una cigüeña, un lobo, un oso, un urogallo, quienes talan un viejo árbol o plantan uno nuevo que hace daño, pero también quienes los aplauden, son la bazofia que colma los estercoleros de nuestro camino.